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Vemos colores, percibimos formas, y sobre todo distinguimos los números

Alejandro Ramírez. | ¿Las neuronas que son capaces de reconocer números están presentes desde el nacimiento o tenemos que aprender a sintonizarnos con los números? La pregunta, en cierto sentido, es kantiana y la respuesta viene del laboratorio de Giorgio Vallortigara, en la Universidad de Trento, en un interesante artículo publicado en la revista “PNAS”. […]

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Alejandro Ramírez. |

¿Las neuronas que son capaces de reconocer números están presentes desde el nacimiento o tenemos que aprender a sintonizarnos con los números? La pregunta, en cierto sentido, es kantiana y la respuesta viene del laboratorio de Giorgio Vallortigara, en la Universidad de Trento, en un interesante artículo publicado en la revista “PNAS”.

“Sabemos desde hace mucho tiempo -explica Vallortigara- que todos los animales estudiados, incluso las abejas, tienen la capacidad de discriminar números de forma aproximada, como también nos sucede a nosotros, cuando no tenemos la posibilidad de utilizar símbolos; más preciso para números pequeños y, paulatinamente, más aproximado con los más grandes”. 

Es una capacidad que parece estar localizada en el lóbulo parietal en humanos y mamíferos, con funciones ecológicas no triviales, como reconocer el número de congéneres o posibles parejas sexuales, presas o depredadores. Neuronas individuales sensibles al número, que pueden considerarse como filtros.

“Después de haber estudiado durante años las neuronas que reconocen números -continúa- nos preguntamos si esta sensibilidad es algo innato o aprendido. Las curvas de Gauss, que son muy estrechas para números pequeños y se ensanchan con números más grandes, es algo que se correlaciona con nuestra capacidad de comportamiento para discriminar fácilmente el 2 del 4, pero no el 102 del 104 o incluso el 1002 del 1004″.

La razón por la que este descubrimiento es de gran importancia tiene que ver con un aspecto filosófico y cognitivo sumamente interesante. “El número, obviamente presimbólico y preverbal, -dice Vallortigara- parece ser lo que los filósofos llaman una «cualidad», es decir, una cualidad experiencial primaria: literalmente, vemos un número de la misma manera que vemos un color, la orientación, la forma de los objetos: un dato de percepción inmediata. No se trata, sin embargo, de un constructo, de un razonamiento. Ver los números es algo que hace hasta una gallina o un bebé recién nacido”. 

Y subraya: “Kant sostenía que para tener experiencia y saber es necesario que ciertas cosas estén ya en la razón, como la idea de espacio, tiempo, número, causalidad: las categorías. No pensaba en términos neurocientíficos, pero creo que tenía razón desde un punto de vista conceptual”.

“Si no tuviéramos estas categorías, como la idea de qué es el número, la expansión espacial o la causalidad, los procesos de memoria y aprendizaje también serían imposibles”. Uno se pregunta si otras categorías similares pueden modificarse con la experiencia. 

“En nuestra especie -añade Vallortigara- ha sucedido algo mágico. El equipamiento básico para el desarrollo de la aritmética está presente en todas las especies estudiadas hasta el momento. Pero la aritmética formal nació hace sólo unos pocos miles de años, hasta donde sabemos de forma espontánea y sólo en nuestra especie”. 

Cómo sucedió esto es una pregunta más difícil de resolver. “Probablemente –continúa- siguiendo una presión no biológica sino cultural; en cierto momento se hizo necesario, probablemente por razones comerciales, no hacer aritmética aproximada sino precisa, ya que el sentido del número nos lleva a ser precisos con los números pequeños y cada vez menos con los grandes. Si eres un cazador-recolector, hablemos de cambiar tres liebres por dos cervatillos, y el sentido del número es equivalente a la aritmética precisa”.

“Pero -añade-, si eres un granjero y quieres cambiar exactamente tus 1200 ovejas por las 1315 cabras de tu vecino, entonces necesitas símbolos y algoritmos que asocien estas representaciones cerebrales de cantidad con signos externos arbitrarios. Debió haber un momento en que cierto garabato, marcado en una corteza o en una piedra, significaba el 5, el 5 que represento con las neuronas del número. Pero cuando se representa con ese signo, se convierte en una entidad discreta”. 

Mejorando la eficiencia de estas neuronas, ¿podemos convertirnos en superhombres? “Estamos trabajando en ello indirectamente –responde sonriendo– pero con el modelo del pez cebra, un pequeño pez muy utilizado para estudios genéticos. Con tareas similares a las de este estudio, hemos identificado una región del cerebro donde parece haber una respuesta al número y, dado que existen genes candidatos a desempeñar un papel en la discalculia del desarrollo, enfermedad que aqueja a cierto número de niños, estamos creando líneas transgénicas para comprender mejor la función de estos genes. Idealmente, si fuéramos capaces de entender sus mecanismos genéticos, nada nos impediría también potenciar su actividad”.

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