Lydia Hernández Téllez. EFE | Alrededor de tres millones de ratas corretean por las calles de París, donde es un animal que supera en número a los ciudadanos y ahora protagoniza el último libro del historiador y periodista Olivier Thomas, «Les rats sont entrés à Paris» (Las ratas han entrado a París), que repasa la historia de este roedor en la capital francesa.
La rata parda proviene de Asia y su presencia en París fue vista a mediados del siglo XVIII, cuando el responsable de los jardines de Versalles se encuentra una rata de pelaje grisáceo que doblaba el tamaño de los roedores que se acostumbraban a ver por la ciudad
Será el zoólogo francés Buffon quien los identifique como una nueva especie y les dé el nombre de «surmulot» (en español, «más que un ratón»).
En definitiva, la rata no es un sujeto nuevo, «desde el momento en el que las sociedades humanas se estabilizaron ha habido presencia de ratas», explica a EFE Thomas.
El «surmulot» se instala con el tiempo en la capital francesa y logra desplazar a la rata negra al campo, un fenómeno al que ayuda la creación del alcantarillado, que les puso en «proximidad del agua y de la comida, que es arrastrada por el agua de las alcantarillas», señala el escritor.
RATOMANÍA
La relación con el animal, que Thomas define como «ambigua», ya tenía en el siglo XIX sus admiradores y detractores.
Algunos encuentran en ella un animal inteligente, cariñoso e incluso útil, «porque se come lo que hay en el suelo y puede desatascar las alcantarillas».
Otros dicen: «es un animal salvaje, que puede llevar enfermedades y con el que estamos en competencia, pues se come nuestros cereales y lo que dejamos por el medio».
En esta dicotomía el mundo ha vivido olas de «ratomanía», como lo llama el escritor, en las que las ratas han sido domadas para espectáculos callejeros o utilizadas en combates de animales, en los que se enfrentaban a «perros rateros».
«Por ejemplo Téophile Gautier, un escritor francés, explicaba que tiene ratas en su casa y que son muy afectuosas, que les gusta esconderse en sus bolsillos… que forman parte de su familia», explica.
Esa «ratomanía» llegaría incluso a tener su presencia en la gastronomía francesa durante el sitio de París en la guerra francoprusiana, en 1870. «Sí, comimos rata», sentencia Thomas, que recuerda que todavía es una opción en el menú de algunos restaurantes belgas.
«Los parisinos están encerrados y hay un momento en el que no hay nada más que comer. Se habían comido todo lo que quedaba, así que la gente se dirige a los perros, a los gatos y a las ratas», explica, Thomas, que señala que hay «caricaturas de ‘carnicerías’ caninas y felinas en las que se ve que se puede comprar una rata por unos pocos céntimos».
«Lo que es divertido es que los periódicos transmiten esa información, diciendo que se come, que algunos lo han probado y lo han encontrado bastante bueno, algunos comentan que se parece a la carne de conejo o de pato», añade el escritor, quien destaca que la rata se convirtió en un elemento de patriotismo, pues «daba una especie de coraje a los habitantes, les daba una reserva de comida».
«STOP AUX RATS»
La «ratomanía» más reciente llega en 2007 de la mano de «Ratatouille», película de Disney-Pixar que aumentó la demanda de la rata como animal doméstico, explica el escritor, pero el animal todavía tiene sus detractores y es un reto para la ciudad.
«La situación problemática en París es exactamente la misma que en el pasado», defiende Thomas, quien opina que «no se erradicarán jamás a las ratas totalmente» y es mejor buscar la convivencia.
En ese sentido, defiende alguna de las medidas tomadas por el Ayuntamiento en su campaña «Stop aux rats» (Paremos a las ratas), que impulsa medidas para disminuir la población de roedores en la ciudad, entre ellas dificultar el acceso a la comida y al agua e impedir que entren en determinadas zonas.
«A partir del momento que constatamos que no llegaremos jamás a destruir la población de ratas en una ciudad o costaría tan caro en inversión que no tiene sentido, la idea es encontrar la mejor solución para que la rata se quede en su sitio, el subsuelo», concluye el historiador.