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Hidra, una isla griega donde sólo se puede circular en mula o caballo

EFE- El paisaje sonoro de todo urbanita está repleto de bocinas, chirridos, frenazos, pitidos, alarmas, voces y coches, muchos coches. La isla griega de Hidra, un oasis para los que sufren continuamente por la contaminación acústica, transporta al viajero a tiempos más tranquilos. Situada a tan solo dos horas de ferri de Atenas, esta perla […]

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EFE- El paisaje sonoro de todo urbanita está repleto de bocinas, chirridos, frenazos, pitidos, alarmas, voces y coches, muchos coches. La isla griega de Hidra, un oasis para los que sufren continuamente por la contaminación acústica, transporta al viajero a tiempos más tranquilos.

Situada a tan solo dos horas de ferri de Atenas, esta perla del golfo Sarónico resiste estoicamente a las comodidades de la modernidad. El único medio de locomoción son mulas, burros y algunos caballos. Todo vehículo motorizado está prohibido, con excepción de un par de carromatos que recogen la basura y una ambulancia.

Con sus algo más de 50 kilómetros cuadrados y 2.000 habitantes, Hidra es, sobre todo, un lugar de desintoxicación rápida para los atenienses.

No hay grandes hoteles, ni discotecas. El único ruido de motores que se escucha ocasionalmente procede de las barcas. Además, Hidra se aferra a un fuerte sentido de la estética: las antenas parabólicas y las sillas de plástico están terminantemente prohibidas.

Parada de burros y mulas en Hidra, que transportan a los turistas a sus hoteles o la compra de los lugareños a casa. EFE

Sentarse en una taberna del puerto a disfrutar del día, comer pescado, tapas griegas o simplemente disfrutar de un café griego mientras el atardecer baña las empinadas calles de casas blancas y mansiones venecianas es, para muchos, sinónimo de puro placer.

Por extraño que parezca, Hidra no toma su nombre del monstruo mitológico policefálico, sino de Hydrea (del griego antiguo hydor, agua), como se denominaba la isla en la antigüedad, cuando sus muchos manantiales eran fuente de vida para una variada vegetación.

Los árboles y las fuentes de agua desaparecieron casi por completo en el siglo XIX, cuando Hidra y la vecina Spetses contribuyeron con su potente flota al levantamiento contra la ocupación otomana, que culminó en la independencia y la creación del moderno Estado griego.

Hasta hace un lustro, el único abastecimiento de agua provenía del barco cisterna que diariamente atracaba en la isla. Ahora los isleños cuentan con una planta desalinizadora con capacidad de 1.600 metros cúbicos de agua al día.

Para los lugareños, ni esta ni otras incomodidades, como la dependencia de los cuadrúpedos como medio de transporte -algo que retrasa desde la compra diaria hasta la construcción de un edificio-, resta encanto a su isla. Para los turistas estas curiosidades son un regalo.

Dímitra tiene más de ochenta años. Vive en una modesta casa en medio del pueblo y hace ya tiempo que no puede bajar al puerto. La pendiente es demasiado pronunciada y el empedrado demasiado difícil de sortear cuando pesan los años y las articulaciones duelen. «No me entristece, así son las cosas. Lo que cuenta es que tenemos salud y que no hay paro en toda la isla», explica.

Desde hace décadas la isla vive fundamentalmente del turismo nacional y extranjero, de los que llegan a pasar un fin de semana, pero también los que desembarcan por un par de horas haciendo una gira por el golfo Sarónico.

Muchos vecinos viven todavía de la pesca y, por supuesto, de los burros y las mulas, un trabajo bien considerado que ha mantenido a sus familias desde hace siglos. Son un gran reclamo turístico en esta isla donde la búsqueda de aparcamiento es un vago recuerdo, pero también sirven de «taxi» para los lugareños.

Hidra no solo es una isla para la contemplación, también para el senderismo moderado. A través de sus caminos se puede llegar tanto a monasterios retirados en las montañas como a pequeñas calas con guijarros y aguas cristalinas.

Sus peculiaridades convirtieron a esta isla en la década de los sesenta del pasado siglo en punto de encuentro y refugio para actores, pintores, músicos y escritores en busca de inspiración.

Entre los más famosos figura el canadiense Leonard Cohen, que dio vida en Hidra a tres de sus libros, así como a varias de sus composiciones. Entre ellas, «So long Marianne», dedicada a su musa, la noruega Marianne Ihlen, que llegó a la isla de la mano de su entonces compañero, el escritor Axel Jensen.

El encanto que ha dejado esa vida cultural, la tranquilidad de los placeres mundanos, la cercanía a la capital helena y su capacidad desintoxicante han dejado su impronta en Hidra, una visita obligatoria para huir del estrés del día a día.

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