Desde el campanario

La inmigrante y el racista

¿O sería más real decir que son gente que sufren una miserable vida a plazos con las manos llenas de angustia?

Publicado: 07/04/2024 ·
20:04
· Actualizado: 07/04/2024 · 20:04
Autor

Francisco Fernández Frías

Miembro fundador de la AA.CC. Componente de la Tertulia Cultural La clave. Autor del libro La primavera ansiada y de numerosos relatos y artículos difundidos en distintos medios

Desde el campanario

Artículos de opinión con intención de no molestar. Perdón si no lo consigo

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Muy buenos días señor xenófobo. O buenas tardes. O quizás buenas noches si es que no le ha dado lugar aún de echarle un vistazo a este mensaje que le transmito porque el tiempo que dedica a contar los extranjeros que habitamos su tierra no se lo ha permitido. Por si se le ha pasado por alto, le informo que desde ayer hay dos nuevos negros en La isla. Son nigerianos y se buscan la vida lavando el parabrisas de los coches en semáforos céntricos. Hoy los vi en la confluencia de Falla con San Marcos, pero mañana igual trasladan el taller a otro lugar para ir aumentando la clientela. Pronto serán ricos. Otros dos intrusos más quitándoles el trabajo a sus paisanos. Lo mismo que hacen los vendedores de kleenex, los aparcacoches, los tops manta o los ambulantes playeros con la carga a cuestas durante la canícula veraniega. Mientras ellos prosperan, la lista del SEPE colapsa. ¿O sería más real decir que son gente que sufren una miserable vida a plazos con las manos llenas de angustia? Creo que si. Que esto es lo que verdaderamente padecen esas personas en tierra extraña, mientras los intransigentes como usted, firmarían a ciegas mi ironía empleada en los renglones anteriores.

Me llamo Amanda Virués Almeyda y le pido solo un pellizquito de atención para que sepa algo de mí. Tengo ahorita veintidós añitos no más, y nací en El Salvador. Un pequeño país centroamericano donde casi un millón de patojos abandonamos el calor de la familia para no morir de hambre. Allá, en una choza de cañas junto a una aldea costera quedaron mis papás y mis hermanos pequeños aguardando mes a mes mi plata para poder sobrevivir. Es lo que me tocó. Nadie elige su lugar de nacimiento ni sus apellidos. Antes de continuar quiero que sepa que le escribo esta carta desde una garita del TEAR durante mi guardia como infante de marina. Cuerpo en el que milito desde que vine a esta linda tierra. Bueno, a decir verdad, lo que hice fue grabar mi relato en el celular y luego teclearlo. Si. Aquí mismo.  Desde su propia casa. Respirando la marisma que usted respira ¿Qué le parece? Increíble ¿verdad? Alistada en el ejército sucesor de aquellos arcabuceros españoles que oprimieron mi tierra hace más de quinientos años. Cualquiera me tacharía de loca imprudente viniendo a meterme solita en la boca del lobo. Pero no. Ni estoy solita ni la boca del lobo entraña ya peligro alguno sino todo lo contrario. Conmigo hay otro puñado de nativos criollos que cruzaron también el océano para obtener su futuro en feudo extraño. Mujeres y hombres emigrantes que sufrimos la aversión de gente como usted, que se opone a contemplar el mundo como un lugar libre, y rechaza nuestra presencia argumentando excusas de usurpación laboral sin acordarse del éxodo que sus mismos compatriotas efectuaron al centro de Europa décadas pasadas, cuando aquel fascista glorificaba la emigración obrera como conquista proletaria, mientras los que quedaban aquí tenían que alzar al cielo quebrado la mano derecha, para poder coger una pieza de pan con la mano zurda. ¡Que poca memoria histórica tienen los intolerantes! 

Usted es un chuco discriminador que desprecia altivo las diferencias genéticas que observa en los demás seres humanos. Un retrógrado contumaz que escupe a nuestro paso, nos fusila con la mirada y contiene la respiración cuando nos cruzamos en los pasillos de cualquier supermercado. Lo que usted no sabe es que eso a mi no me perturba porque cuando dejé atrás mi hogar, ya sabía que en este predio de libertades existían fanáticos étnicos como usted, y que por mucha humillación a la que me sometiera su malicia, no se aproximaría ni en sueños a las cicatrices que la miseria esculpe en el aliento. Por eso usted no me daña a pesar de sus intentos.

No se confunda señor baboso. Mi indolencia ante su rechazo no implica temor ni humillación. Se trata de correspondencia simplemente. Usted quiere herirme con su actitud y yo manejo mi educación y mi respeto para rebatirla. Usted me insulta sin hablar porque es un cobarde y ya no encuentra palmeros que lo jaleen. A mi me asiste el derecho inviolable de elegir mi futuro y lo hago pacíficamente. Sin imponer mi cultura, mi mando, mi religión ni mis leyes. Sin propagar enfermedades. Sin someter. Sin violar. Sin martirizar ni exterminar como hicieron aquellas huestes a las que usted, seguro, otorgaría sin dudar licencia para expoliar de nuevo las entrañas de un pueblo ingenuo. Pero llega usted tarde señor intransigente. Su grito racista vaga solo en los estadios. Sus propios paisanos lo denuncian. Cada vez está más aislado. Con los escombros de las fronteras que el hombre libre derriba cada día, usted levanta muros en su corazón. Está perdido. Mientras yo grito al viento mi universalidad, usted alimenta sin esperanzas su racismo mugriento. Esta es mi ventaja señor xenófobo: mi horizonte presagia una alborada esplendorosa y el suyo un crepúsculo decrépito. Cuando ese día, cada vez más cercano llegue, los hombres no tendrán necesidad de escribir cartas como esta. Mientras tanto que su odio lo alimente.

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