Gestionar información, relacionarse con personas y tomar decisiones son las tres grandes tareas de un directivo según Henry Mintzberg. Aunque creamos que no, todos desarrollamos en mayor o menor medida estas actividades, aunque no siempre de forma consciente, deliberada y orientada a conseguir determinados objetivos.
Todos estamos expuestos a un bombardeo constante de datos en nuestro entorno. Demasiadas veces pensamos que es información relevante para nosotros, cuando en realidad es relevante para quienes la generan, y nos la ofrecen convenientemente para configurar nuestra interpretación de la realidad. Nunca hemos tenido más posibilidades de conocer lo que ocurre a nuestro alrededor y, al mismo tiempo, nunca ha sido más fácil manipular lo que vemos, escuchamos y leemos. Además, poder tener acceso a la información no implica que se busque. Tenemos a nuestro alcance en nuestros teléfonos móviles y ordenadores la tecnología para buscar y contrastar, pero preferimos información tipo snack y creer aquello que encaja con nuestros esquemas mentales e ideología, antes que tener que buscar, procesar, elaborar y digerir la información que puede ser más útil y saludable mental y socialmente.
Lo de relacionarnos con personas tampoco lo llevamos mucho mejor. Al menos lo de relacionarnos con personas fuera de nuestro círculo habitual, que puedan enriquecer nuestra interpretación de la realidad. Además, cualquiera que piense diferente en algún tema sensible se arriesga a quedar fuera del grupo. Nos encanta que nos den la razón, y en muchas organizaciones el síndrome del emperador desnudo dificulta que quienes dirigen puedan conocer la realidad. Rodearse de personas que tienen más que perder que ganar si son sinceras no ayuda.
Tomar decisiones supone intervenir conscientemente en la realidad en la que vivimos, a partir de la información disponible, conociendo el contexto en el que nos desenvolvemos y las personas con las que contamos, para que nos ayuden a conseguir unos objetivos que generen una ganancia mutua para todos. No se trata de hacer sonar la flauta por casualidad como el burro flautista de la fábula de Iriarte. Si no se establecen con claridad los objetivos es difícil aplicar un enfoque de prospectiva, que nos permita entender nuestro ahora como un elemento esencial para configurar el futuro que pretendemos. Lo más sencillo es usar un enfoque de previsión y proyectar en el futuro tendencias basadas en la trayectoria pasada. Pero el futuro debemos construirlo entre todos más allá de lo que podemos esperar de cada uno de nosotros. Necesitamos creer y dirigir para crear.