Querida taberna

Meli y el club de la sonrisa fácil

Es sonrisa y es risa. Es una hermosa cara con alegría. Desde la madurez, la experiencia. Desde saber muy bien qué es el dolor y la lucha sin descanso...

Publicado: 23/07/2024 ·
21:00
· Actualizado: 23/07/2024 · 21:00
  • Meli. -
Autor

Andi Koetxea

He publicado los libros “Huelva choquera y tabernera” (2021) y “Sevilla, la ilustre taberna” (2023). El mundo de los bares y las tascas es la excusa perfecta para sumergirme en la antropología de la vida cotidiana

Querida taberna

Cerca del mostrador de bares y tabernas pasan cosas, y algunas muy curiosas. Este blog atrapa al vuelo esos sucedidos para que caigan en buenas manos

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Es sonrisa y es risa. Es una hermosa cara con alegría. Desde la madurez, la experiencia. Desde saber muy bien qué es el dolor y la lucha sin descanso. Por eso con más ahínco la sonrisa, la alegría y el abrazo con una mirada que se amusga.

Meli regentaba La Venencia. Y aunque Meli ya no tiene bar tiene unas amigas que son un tesoro. De toda la vida en el barrio, sacando pa'lante sus proyectos para darle vida a Las Avenidas. Hablo con esta persona tan linda y me hace de embajadora del lugar para que me sienta, ¡por supuesto!, como en mi casa.

Para un libro como “Sevilla, la ilustre taberna” (2023, Fénix Editora) es indispensable que la autenticidad emane y fluya por todas partes. Por eso estar con Meli fue un regalo y su capítulo un montón de intensas anécdotas. Enseguida me recibe en lo que también es su casa: el Centro Cultural San Francisco de Asís. Qué buena tarde pasamos con sus historias. Eso por no hablar del buen rato en la presentación del libro (en el bar Veneranda, el que durante años mágicos fue La Habanilla, en la Alameda). Se vino con una pierna fastidiada de un accidente. ¿Vino seria, dolorida, quejosa…? Ni mijita. Se vino con las ganas de disfrutar como un estandarte brillante. Porque ella es especialista en saborear la vida.

Estás cosas que les cuento son de Meli. De una vida con la fuerza del barrio, de la familia, de su gente, del saber que brega y resultados van de la mano. Así llega el éxito de su personalidad, de sus tapas, de sus hijos e hijas, de sus revoltosos nietos y nietas.

UN BAR DE BARRIO ES ALGO MUY GRANDE. ES EL SALÓN EN EL QUE EL VECINDARIO COMPARTE TODO.

“En el Centro lo que pasa es que los bares tienen otra fama por otra cosa, pero esto ha sido un bar familiar”. Casi nada lo que, con esta frase, anticipa Meli. Estoy aquí porque había que estar y no perderse a una ¡de tantas personas buenas! que habitan nuestros barrios de Sevilla. “Y, ahora, se ponía un vecino malo y todos nos volcábamos con aquella persona”.

“Una chavala que el niño le metió la mesa de camilla, las enaguas, en el brasero y se le quemo to el piso entero. Y salimos toh a la calle, uno por aquí, otro por allí, a comprarle el piso entero. A pedir ayuda, a colaborar. Somos toh familia”. Hay que arroparse unos a otros, porque si no hace mucho frío.

En Venencia.

Los barrios son muy bonitos. A mí me gustan mucho. Yo no quiero el Centro ni muerta. Y, digo yo, a las nueve cierran las tiendas y después ¿qué hay? Hay mucha gente que vive, pero ¿qué ambiente tiene eso? yo pa vivir no quiero el Centro. A mí me gusta más esto por aquí, más movimiento, a las diez, a las once, a la una. Me asomo a mi balcón: la señora que saca el perrito, el otro que viene… En el Centro se mete cada uno en los pisos y ya acabaste”. A Las Avenidas han ido llegando, en las décadas desde los años setenta, gentes muy diversas. La convivencia en armonía y el contento compensaban los esfuerzos por salir hacia delante. Que nunca fue fácil. En El Cerezo, cerquita de aquí, se contabilizan hasta treinta y dos nacionalidades. Así que, tras los aluviones humanos de la emigración desde los pueblos, ahora nos llega la de allende los mares. Al final el norte es el mismo: luchar por tener un futuro y que sus hijos e hijas puedan crecer con buenos cimientos.

“Tenía mi cuñao un Vespino. Y, digo, pues yo me voy a sacar el permiso, un carnelito chiquitito, permiso de las motos chicas. Y voy y me lo saco y vengo de Torreblanca pa´ca, yo vengo con mi Vespino ¡pum, pum!, toa mu recta. Yo mu… a mí nunca me ha dao miedo de na. Nunca. Sigo siéndolo todavía”. Transpira Meli energía luminosa. “Y a los tres días viene el autobús de Torreblanca. Es como el seis, un autobús muy grande. Iba muy ligero y me sacó del arcén de la carretera. Digo ¡¡uy, uy, uy!! Llegó aquí, suelto. Juan, toma tú la moto que me voy a apuntarme pa el carné. ¿Y eso?, ¿qué te ha pasao? ¡Que me ha sacao el gusano de la carretera!”. Y ahí me saqué el carné. Y tan contenta, gracias a Dios. Voy a tocar madera (suena su mano golpear sobre la mesa), que no he dao ni un mal porrazo. Lo mejor que pude hacer. A mi marío le hacía mucha gracia, digo, yo lo mejor que he hecho ha sío sacarme el carné y casarme con mi marío (y se ríe con generosidad).¡Hijaputa, a mí me pones el segundo!”. Se nota que a Meli nunca le ha frenado nada si tenía que arrancar. “Bueno, digo, ¡pues menos mal que te he puesto el segundo!”. Ya se puede dar por contento.

CONCILIAR: EQUILIBRISMOS EN UN BAR.

No podemos hablar de la vida de Meli sin ponernos en su piel y entender los equilibrios para conciliar un negocio de hostelería, exigente por definición, y su descendencia. “Estuvimos dos años y medio o tres sin tener familia. Después tuvimos tres hijos, que los criamos adentro del bar. Y dos nietos… ¡estupendo! Yo compré un parque que lo mismo me valía como cuna que pa que el niño no se me cayera. Del primero al segundo se llevan cuatro años. Claro, cuando llegó el segundo ya la grande estaba en la guarde. Pero cuando viene el tercero tenía un año y seis días mi grande. ¿Cómo lo hacemos?, uno en el cochesito y el otro en el parque”.

“La mayor la bañaba… fregaba el fregadero de fregar los platos, muy bien, muy limpio, muy to, y lo llenaba de agua calentita y allí era su bañera. Ya viviendo aquí pues era diferente. A lo mejor a las nueve y media, a las diez me subía yo ya pa arriba, y se quedaba mi marido a cargo del bar”.

Nos quedábamos to el día en el bar. Mi marido se subía, por ejemplo, a las cinco, y se echaba un ratillo hasta las ocho por ahí, pa descansar. Yo me iba a las tres a darle de comer a los niños, cuando salían del colegio”.

Las jornadas eran maratonianas y había que estar para todo. “Porque, a lo mejor, jugando a las máquinas tragaperras se llevaba mucho tiempo la gente. Si quieres ganar dinero tienes que aguantar. Cogía la persiana, la echaba así pa abajo, y ahora seguía hasta que el cliente decía me voy. Mientras se bebía su cerveza, su cubata. Lo que fuera. Porque, claro, en ti mismo estaba, si llevabas gastao mucho dinero, el decir venga, que me voy. Y las máquinas dejan mucho dinero, pero tienes que aguantar mucho. La gente es muy cansina y nunca se lleva lo que va a echar. Desgraciadamente nunca. Y lo peor de esto es cuando te toca. Le echas, a lo mejor, yo qué sé, qué decirte, veinte euros y te toca. Eso es lo peor que puede hacer una cosa de éstas. Que te dé premio. Porque te envicias más. Te crees que siempre vas a ganar. Siempre no se gana. Eso está hecho pa que no se gane dinero. Si te lías a meterle, a meterle, a meterle…”.

EL CLUB SOCIAL.

“Nosotras, las más mayores, hacíamos las Cruces de Mayo. Con mi madre, la madre de Merchi… venga, vamos, la Cruz de Mayo. Las primeras que se hicieron íbamos a la Feria a por las flores, cuando quitaban las casetas el lunes. Estaba la gente borracha con las flores echás por lo alto. Cuando terminabas había que llevar el coche a que lo aspiraran. Del polvo que eso tiene. El polvo que las flores soltaban de bailar. Y como es albero…”.

“Por ahí empezamos. Por ahí están los premios que nos daban. Y hacíamos unos tablaos, unas fiestas. Nos hemos tirado muchísimos años haciéndolas. Se ponía el tablao en la calle, pa que las niñas, vestidas de flamencas, bailaran sevillanas. Nos buscábamos un hombre que nos traía un equipito flamenco. Cantaban. Se nos llevaba el dinero. Se hacían concursos de baile, una rifa… vamos a poner cien pesetas, o doscientas pesetas, pa ir pa´l año que viene juntando”.

Hacíamos excursiones a la playa pa sacar dinerito, pa los gastos. Alquilábamos un autobús y pa allá nos íbamos. Con la familia, los niños. Yo he ido poco porque, claro, tenía que quedarme en el bar. Pero, bueno, un domingo más que otro también he ido. Pa que te voy a decir que no. Si te dejaba… yo qué sé, es que yo tengo olvidás las pesetas… si te dejaba, a lo mejor, diez mil pesetas. Porque, claro, tú haces una excursión pa tener pa montar la Cruz. To el mes de fiesta. Viernes, sábado y domingo de cada semana. Y el día que llovía teníamos que montar la calle de flores otra vez hasta arriba. Eso sí que nos daba trabajo. En esta misma calle, en ese cuadraíto”.

El bar ganaba más. Había un movimiento grande. Había que meter más gente. Había veces que nos daba hasta por la mañana pa limpiar. Hombre, como el bar era mío pues eso lo teníamos que limpiar nosotros. Después la calle la barríamos nosotras. También. Que éramos los que habíamos hecho la fiesta y estaba sucia. Esto era privao to. Teníamos nuestro barrendero, pero, yo decía, tenía puestos los veladores. No le voy a dejar a Raúl que barra. Barro yo”.

EL CACHONDEÍLLO ESE DE AHÍ.

Está en otra etapa de la vida. Jubilada y abuela, disfrutando de sus amigas del barrio. Lejos del trajín de lo que supone un bar. “Bueno, pue a mí no me hubiera disgustao estar todavía trabajando. El cachondeíllo ese de ahí. ¡Claro, yo soy muy callejera! Yo… me gusta salir mucho. A mi hermana no le gusta tanto”. Y Loli le da la replica: “a mí me gusta salir, pero ella sale de otra manera que a mí me gusta ¿comprendes? Pero ir acompañada, yo sola no…”. Meli es más resuelta. “Yo, por ejemplo, me vengo aquí a la peña a tomarme un tinto, al mediodía, una cerveza… ella es incapaz de eso. Es que somos diferentes. No nos parecemos, pero en na”. Loli lo ve con nitidez: “dicen que la barriga servesera se echa de la servesa. Y con el vino tinto también se echa esa barriga. Yo no puedo tomar mucho… el alcohol no lo bebo”.

La peña sigue cogiendo tono. Las mujeres van ocupando sus lugares en el tinglado. “Ya está el negocio formao. Salir y hablar. Encontrarse. Es lo que tenemos”. Un sentir la vida como algo alegre. Como salen en las fotos que les hago para despedirme. Alegres. Las dejo en su afán diario, más allá de dolores y pesares. Aquí están todas con el bullicio festivo de estar en compañía de su gente. Un ojito tiene que estar en lo de una. Pero el otro mirando por las vecinas: “si no ves a fulana, preguntas oye, hace dos días que no veo a fulanita”. En el barrio, el de siempre.

LA BUENA GENTE PARA UNA CIUDAD DE CAMPANILLAS.

No me puedo olvidar de Robe, mi Robe de Cala (Huelva), soñador y buena persona como pocas. Él me puso en la pista de Meli. De esta persona especial que es representante fiel de esa Sevilla de los barrios. La Sevilla de verdad. Maravillosas ellas dos: Meli y Sevilla. Ole ahí.

 

 

 

 

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