Creyendo y creando

El discurso de Serrat

La semana pasada, Serrat recogía el Premio Princesa de Asturias que reconoce su vida artística

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La semana pasada, Serrat recogía el Premio Princesa de Asturias que reconoce su vida artística. No hace falta señalar que es merecido y justo como pocas cosas lo han sido en nuestro país en los últimos años. Aún toma más valor el galardón si contemplamos cómo el celeste imperio de estrellas españolas de la música ha ido desapareciendo progresivamente: Rocío Jurado, Paco de Lucía, Julio Iglesias, Perales… y, a la vuelta de la esquina, Sabina, entre otros tantos. De este modo, no cabe más que agradecer al jurado su consideración en este trance: Serrat es inmortal.

Mas, al margen de su sobresaliente trayectoria, lo que quiero resaltar es el discurso que pronunció en el Teatro Campoamor de Oviedo. Serrat, quien siempre ha sabido gestionar sus acciones, puso sobre la mesa un alegato donde brillaron el sentido estético, pragmático y social de la palabra. Apenas cuatro minutos y medio entre el saludo, el agradecimiento, el exordio, el núcleo central del texto oral y el cierre; al margen, la coda musical. Todo ello, cohesionado como sólo sabe hacer la maestría del sabio, subrayando ideas vitales como la necesidad de la brevedad, el poder de la comunicación, la necesidad de justicia, la barbarie del mercantilismo exacerbado y el valor de la honestidad. Un auténtico relato humanista que sirve como homenaje a las artes, y también como punto de referencia al que anclarnos todos los que deseamos un mundo mejor.

Acompañado en todo momento de un lenguaje gestual puro, no necesitó ademanes para recalcar su seguridad, ni enfureció la mirada como cualquier desacreditado, ni alzó la voz para convencer. Lo entendió el auditorio desde el primer momento; cuando la sinceridad se muestra en el artista, suele el receptor callar, atender, respetar, aprender y, a veces, hasta sonreír íntimo y feliz. A todo ello le sumó su preciosa canción “Aquellas pequeñas cosas”: el homenaje que rubricaba Serrat ante toda España era el aplauso a lo verdaderamente esencial: progresemos en lo humano y, cuando estemos preparados, en lo demás.

Todos los que pudieron presenciarlo en directo acabaron en pie, rindiéndose ante el héroe que, en pocos minutos, había dado una lección de vida, mucho más auténtica y profunda de lo que podamos creer, y de la que todos debemos aprender. No estaría de más que en las escuelas se pusiera el vídeo a los alumnos, pues estos minutos de excelencia pueden ayudar a guiar el camino de algunos jóvenes. Recuperemos el valor del humanismo; solo así conseguiremos “estar conformes con el mundo que nos tocó vivir recientemente”.

 

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