Navalcardo

Inquilinos del mundo

Todas las ciudades cuentan entre su paisanaje con personas que resultan infrecuentes

  • En la calle Bernabé Soriano de la capital. -

“No existen razas/ ni distancias/ ni norte/ ni sur. Todos somos inquilinos” canturreaba el jerezano Diego Carrasco. Con su personal forma de interpretar las bulerías, recitando y hablando a compás, sin perder el soniquete.

Y a modo de banda sonora, apoyándose en esa teoría, la memoria rescata del recuerdo un programa que rayaba el surrealismo en la extinta Onda Jaén bajo ese título. Aquello era magia pura: la barra de un bar servía de soporte para toda la galería de personajes de un Jaén insólito que poco a poco se ha ido perdiendo a medida que el tiempo va pasando y aquellas vidas se han ido apagando.

A todos ellos les daba casquera José Rojas. Sabía por dónde sonsacarle sus interioridades. Y estos jaeneros se abrían en canal, riéndose a veces de sí mismos y aflorando lágrimas ajenas al relatar una trayectoria vital plagada de dureza para acabar finalmente esbozando una sonrisa.

De entre toda aquella caterva de notables paisanos, algunos tuvieron ahí los minutos de gloria que la sociedad les había negado sistemáticamente en la calle. Se les prestó atención a quienes muchas veces habían sido ignorados o humillados con el desprecio.

Todas las ciudades cuentan entre su paisanaje con personas que resultan infrecuentes. Por su extravagancia, por su forma de proceder en la vida, por ser desarrapados de la sociedad o por la libertad que asumieron en su día para permanecer sin ataduras, ni sujetos a horarios ni calendarios.

En las paredes de El Zurito se perpetuaba la memoria de Piturda. Hoy día, su imagen también se sigue recordando en otros lugares de Jaén, convertido en icono de esta tierra por los siglos de los siglos. Pasado el tiempo, y como herederos de él, pululan por nuestras calles algunos de esos seres que deambulan a contracorriente de todos. A menudo no pierden la sonrisa, e incluso consiguen arrancársela a los demás como cuando el célebre Bastián al llegar octubre va pregonando que le ayudes un poquito porque se quiere bajar a la feria de San Lucas a pasárselo bien. O como Lucky, que lleva más de una década en la esquina de Doctor Luzón, por las mañanas, impertérrito en el semáforo entregado a la tarea de hacer sonreír a los demás a cambio de muy poco.

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