Desde el campanario

Un lamborghini en tu garaje

La crisis mundial no es de dinero. Lo es de humanidad. De fraternidad. De igualdad y de justicia social

Publicado: 15/12/2024 ·
17:01
· Actualizado: 15/12/2024 · 17:01
Autor

Francisco Fernández Frías

Miembro fundador de la AA.CC. Componente de la Tertulia Cultural La clave. Autor del libro La primavera ansiada y de numerosos relatos y artículos difundidos en distintos medios

Desde el campanario

Artículos de opinión con intención de no molestar. Perdón si no lo consigo

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Si no consideras que una vida humana vale más que un sucio barril de petróleo, un yermo pedazo de tierra o un manoseado dólar yanqui, lee otra cosa porque esto no es lo tuyo. Hazte ese favor y busca algo más lúdico porque a lo peor estás de acuerdo con lo que vas a leer y corres el riesgo de que se te desmoronen los cimientos de tus convicciones morales.

Mirando este mundo objetivamente, el diagnostico no ofrece dudas: sencillamente provoca náuseas. Aquí todos reconocen las crisis que nos asedian constantemente, pero igualmente todos se obstinan en aplicar el remedio prodigioso. Engrasar las rotativas para parir millones de billetes e inundar el mercado con tarjetas melocomprotodo aunque luego me cueste hipotecar la casa para pagar los intereses usureros que procrean. Billetes y tarjetas, tarjetas y billetes que recorren sin desviarse el mismo itinerario morfológico como un rutinario vector infeccioso cada vez más ineficaz contra el consumismo pandémico que padecemos. Una indecencia materialista que incita al ensanchamiento del status social como triunfo personal ante los demás, y que nos hace olvidar que las cosas importantes de la vida solo se ven con el corazón. A los ojos son imperceptibles.

No hay en la actualidad país occidental que no haya aumentado el índice de paro respecto a los anteriores datos estadísticos. Inglaterra, Francia, Italia, Alemania, Estados Unidos, todos sin excepción han inaugurado en los últimos años más oficinas de empleo que sucursales de MC Donald. Incluso Japón, cuarta economía del mundo, situado allá, a mano derecha de la esquina oriental del sol naciente, ha batido su récord de desempleo acercándose peligrosamente al índice más alto de paro de la historia de posguerra. Quién lo diría ¡un japonés sin trabajo! Pues sí. Y no uno; casi dos millones de nipones a la cola del SEPE. O lo que es igual, cerca de cuatro millones de ojitos rajados mirando los Lunes al sol, a la espera de mejores tiempos donde poder dirigir el objetivo de sus cámaras, para registrar perpetuamente la bucólica imagen de unas vacaciones soñadas, que tal vez nunca llegarán.

Es una deshonra para el ser humano contemplar como año tras año las listas de nuevos ricos se incrementan de manera escandalosa, mientras el número de muertes en el mundo por inanición y enfermedades primitivas crece en la misma proporción. Es una indecencia observar como el elenco de esas listas está colmado de gente a la que solo le ha bastado lucir un apellido opulento tras su nombre de pila, para disponer de una fortuna que jamás podrá gastar. Es una impudicia descubrir que la suma total del patrimonio de estos notarios de la vanidad, tiene tantos ceros como procacidad exhiben con sus lujos y sus derroches. Y es una obscenidad comprobar como la mayoría de ellos se confiesan practicantes de algún tipo de religión. Ese conjunto de fe y veneración hacia seres superiores, que paradójicamente promulgan la distribución de la riqueza como fundamento básico de sus normas morales. Un soniquete éste que suena manido. Pero su Credo cada cual lo elige por voluntad propia y eso implica su cumplimiento. Lo otro no vale. Tumbarse al sol en lo alto de un hotel con forma de vela y veranear en un islote privado de a diez mil euros el metro cuadrado, mientras el VHI mata solo en África cada año dos millones de seres humanos es algo que el mejor de los dioses premiaría con imponer a esos presuntuosos, penitencias de cien Padrenuestros y otras tantas Avemarías cada cinco minutos, para que no les quedaran tiempo de atracarse de caviar Beluga y champán Dom Perignon Rose Gold mientras perfuman de Sovereign UK las ruletas de los casinos más exclusivos del mundo.

La crisis mundial no es de dinero. Lo es de humanidad. De fraternidad. De igualdad y de justicia social. La opulencia sigue construyendo torres hacia el cielo, pero abandona a su suerte a pobres y marginados, de igual manera que hacían en la Edad Media los señores feudales con sus lacayos. En esta materia vital, el hombre ha avanzado de cero a diez, lo que tarda un caracol en dar la vuelta al mundo.

Sirva el ejemplo del magnate italiano Leonardo del Vecchio, propietario del imperio Ray-Ban entre otros muchos filones. Murió no hace mucho dejando 4.000 millones de nada a cada uno de sus vástagos. Si ya es una impudicia amasar semejante hacienda vendiendo gafas, al menos lo hizo alguien que empezó de la nada. Pero ya no encuentro calificativos para que quienes respiran gracias a unos espermas privilegiados, anden viviendo de fiesta en fiesta y descansando sobre hamacas en paraísos tropicales como parásitos aferrados a la holganza.

Yo no estoy en desacuerdo con los ricos. Estoy en contra de la lujuria capitalista. Soy partidario de un nuevo Orden Mercantil que no permita establecer esas enormes grietas de desigualdad entre acaudalados y asalariados. Y siempre, en el peor de los casos, reivindico que el que menos gane, tenga lo suficiente para vivir digna y desahogadamente. Aunque no necesariamente tenga que aparcar un Lamborghini Veneno en su garaje.   

 

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