Hubo un tiempo en que a las mentes infantiles se les condicionaba, para que fuesen a dormir, comieran o dejasen de hacer travesuras, con grotescos personajes. Sin lugar a duda el coco era el más requerido para estos menesteres asustadizos. Si bien podía reconocerse su cabeza en el fruto al que prestó su nombre, sin embargo jamás se supo cuáles eran sus poderes maléficos. No ocurría lo mismo con el hombre del saco, al que jamás nadie pudo describir, pero se deducía fácilmente que su rudimentario complemento podría ser el destino de un mal comportamiento. Pero de todos aquellos villanos surrealistas los que más terror producían eran los ñañaros. Como aquellos gambusinos nocturnos que nadie nunca vio, pero muchos llegaron a sentir sus collejas, de aquella tribu malvada tan solo cabía conocerse que por el carácter onomatopéyico de su denominación debían ser algo así como caníbales.
Basta con hacer un repaso por la literatura para recrear el perfil de un ñáñaro. Afirman en algunos lugares que se tratan de duendes o demonios que habitan en los bosques, con mala pinta, inquietos, repugnantes, desaliñados, y tan temidos como temerosos. Incluso algunas leyendas afirman que a inicios de este siglo dejaron la espesura forestal para acomodarse en las ciudades. Recientes estudios de la Universidad de Simcity han puesto en evidencia que los ñañaros no son carnívoros, sino que se alimentan de la razón humana, dejando a sus víctimas en un estado máximo de sumisión. Los ñáñaros septentrionales, provenientes del más al norte, han trasformado su indumentaria, ahora visten a la moda casual chic y se han incorporado como CEOs, es decir jefes máximos de organizaciones o dicho en argot popular ‘putos amos’. Los ñáñaros del norte son aun más crueles si cabe, en especial con la gente de cualquier sur, a las que gusta esclavizar, alienar y ningunear. Disfrutan en el ensañamiento del estrés mientras ellos alivian el suyo jugando durante horas al pádel o al golf. Todo ello a pesar de que siembran el lema de que la empresa es una gran familia, y que cuanto más trabajen mejor para todos y, así como reza el proverbio marianista ‘Cuanto peor para todos, mejor. Mejor para mí el suyo beneficio’.
Maldita cultura empresarial esta que viene con los vientos de septentrión, gélidos y asfixiantes. Mientras, se desvanece la cultura mediterránea, incluso del trabajo, que se encumbró en un manifiesto permanente sobre la alegría de vivir.