Hereje, la nueva película de la dupla formada por Scott Beck y Bryan Woods -hasta ahora sólo conocidos por la entretenida y olvidable 65-, ha basado su campaña promocional en su protagonista, Hugh Grant, y, en especial, en su registro interpretativo: también sabe dar miedo. Mucho miedo, hasta el punto de helarte la sangre tirando de la simple mueca facial con la que remata y adorna su constante duelo intelectual con las dos jovencitas que osaron atravesar la puerta de su casa en una tarde muy desapacible.
Y es ahí donde reside el notable interés del filme, no en que Grant sepa dar miedo, sino en el juego que su personaje establece con sus invitadas, a partir de un guion brillante que desfallece en sus últimas páginas, como si la película terminara por morir ahogada al llegar a la orilla, aunque después de someter al espectador a un interesante combate de ideas y conceptos que desembocan en una misma conclusión: el empeño del ser humano por ejercer el control sobre el resto de seres humanos, de diferentes maneras, pero todas con un rasgo en común: el miedo. Miedo a pecar, miedo a morir, miedo a decir la verdad, incluso el miedo a vivir.
La propuesta de Beck y Woods es, en este sentido, encomiable. Primero, porque demuestran que se puede hacer cine de terror con adolescentes que no sea sólo para adolescentes; y segundo, porque, desde esa óptica, se limitan a deshacer convencionalismos del género tal y como se viene entendiendo en los últimos años: cada secuencia como una sucesión de ventanas o fases que deben ir superando los protagonistas. De hecho, hay un momento determinado del filme en el que parece que va a ser así, pero no es sino un truco más dentro del laberinto emocional al que nos va conduciendo el propio Grant como retorcido maestro de ceremonias dentro del particular descenso a los infiernos al que empuja a las dos protagonistas, las también excelentes Sophie Thatcher y Chloe East. Las dos, ingenuas aunque no inmaduras, encarnan a dos hermanas de la congregación mormona que acuden a la casa de Grant bajo la intención de “convertirlo”. Sin embargo, poco a poco terminan seducidas con el don para la conversación de su anfitrión hasta quedar atrapadas en lo que no deja de ser un diabólico juego del que sólo podrán escapar si llegan hasta el final.
La principal virtud de Hereje es que establece su discurso dentro de una amenaza más psicológica que física. El protagonista no amenaza a las jóvenes con armas, sino con ideas y revelaciones que, aunque en algunos casos se limiten a retratar la mediocridad misma del personaje, mantienen el suspense en un plano de incertidumbre, que es donde mejor se reivindica la película para diferenciarse y hacerse relevante dentro del género mismo del cine de terror. Y por supuesto es Hugh Grant el que domina la función, el que se adueña de la historia, el que ejerce el control total sobre sus invitadas y el espectador.