Aseguran que es un desagüe de aguas pluviales, aunque hace meses que no llueve y el color verdoso da que pensar que no procede del cielo, ni mucho menos. Cuando además se está lo suficientemente cerca del chorro y se huele, las dudas comienzan a ser más que razonables, cimentadas más si cabe en la lámina de agua que va llenando de una especie de detergente y creando una tibia espuma con restos oleosos.
Este martes comenzó sobre las cinco y media de la tarde –posiblemente antes, ya que es la hora en que los vecinos avisaron a este periódico- y pasadas las nueve de la noche seguía vertiendo al estanque del recientemente remodelado molino de mareas del Zaporito, un espacio que pretende ser un centro de interpretación de algo todavía por definir en toda su plenitud.
Independientemente de la procedencia de los vertidos, que es suficiente enigma, el incivismo en algunos casos excesivamente acusado de determinados ciudadanos queda patente en la cantidad de basura que va acumulando en el fondo –caso de coches de supermercados o de silla- o en la superficie, caso de botellas de plásticos, bolsas y demás envases cuyo destino deberían ser las papeleras.
El olor propio del agua putrefacta, en la zona derecha del molino, va en aumento por el líquido estancado y lo que se ha reformado para convertirse en un lugar donde sentarse a sentir el aroma de las marismas, se va tornando en un lugar para no sentarse a oler el aroma de las marismas.
Y mientras tanto se espera lo principal. Esto es, la apertura de unas instalaciones que se suman a los metros cuadrados de patrimonio recuperado en los últimos años y para el que no queda dinero que lo habilite y haga productivo. Además de que en la gestión irá el mantenimiento que ahora no tiene.
