El Jueves

La priostía del Mercantil

Nos enseñan aquello que nunca hemos estado necesitados de ver pero que siempre hemos querido ver

Mediados de la calle Sierpes. Nos asomamos sin reparos a su patio -bellísimo patio por cierto- y a sus salones, dispuestos a descubrir de cerca lo que tantas veces hemos visto en la calle de lejos. Entre aquellas paredes se nos exponen piezas que pueden hasta tocarse, pero no se debe; bambalinas que nos abrazan; moldurones que nos comen; insignias, faroles, figuras secundarias; filigranas de bordados en sayas de ayer y de antesdeayer; detalles de orfebrería; piezas de metal o madera que nunca se han asomado más allá de un armario, custodiadas por un celo sin sentido, que las ha mantenido ocultas; y documentos, donde la vista alcanza a descifrar perfectamente su contenido. Documentos y libros de reglascon edades que superan los siglos y que ni siquiera sabíamos que aún existían; partituras de músicas que tantas veces hemos tarareado… Nos enseñan aquello que nunca hemos estado necesitados de ver pero que siempre hemos querido ver. Y de cerca. Muy de cerca.

El Círculo Mercantil e Industrial (léase “el Mercantil”), lleva años abriendo sus puertas a las cofradías. Y por más vueltas que le doy no logro encontrar dónde está el beneficio de la entidad para acometer estas exposiciones, “de balde” para las hermandades. Será que ese puñado de mujeres y hombres que forman su directiva no lo buscan, sino que sólo persiguen el deseo de abrir su casa a la ciudad. Y con esto bien que lo están consiguiendo.

Porque el verdadero beneficio lo sacamos aquellos que pisamos su casa para admirar de cerca lo expuesto o para exponer lo que tenemos, que esa asignatura ya la ha aprobado quien esto escribe. El Mercantil es una vieja priostía de antaño, cuando escaseaban los almacenes y las casas de hermandad con las salas repletas de vitrinas… ¿o no recuerda usted esos tiempos? 

El Mercantil, con todo esto -gracias Práxedes-, está cumpliendo una labor social, que no es otra que mostrar a la ciudad aquello que la ciudad quiere ver. Y de camino, da  un espaldarazo a los artistas que siguen consiguiendo, a través de la Semana Santa y sus cofradías, el mantenimiento de unos oficios que si no fuera por éstas ya se hubieran perdido.

Quizás las administraciones públicas, que tanto dicen preocuparse por el patrimonio, debieran hacer el intento de imitarle. Porque igualarle ya es imposible. Les lleva años de ventaja.


Larga vida al Mercantil y sus exposiciones cofradieras. Que no nos falten, por favor, como maravilloso adelanto de lo que pronto hemos de vivir.

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