El Jueves

Rectitud definida

Hacer las cosas bien es difícil. Siempre está la tentación no de hacerlas mal, sino de la distracción de falsos objetivos que aparecen en la senda marcada. Sí, es difícil. Muy complicado.

No se trata de algo serio y triste, duro y severo. Como tampoco de no tener libertad de acción, de palabra o de pensamiento. Estos dos vocablos unidos, que los escuché por primera vez hace sólo unos días así como la explicación de su significado, quieren decir algo así como hacer bien las cosas cuando se conoce el objetivo marcado y el final al que se quiere llegar.

Piénsenlo: rectitud en la forma de llegar al objetivo. Sin andarse por las ramas y mucho menos aún tomando atajos que puedan desviarnos del camino trazado. Y ya con esto he explicado el segundo vocablo.

Hacer las cosas bien es difícil. Siempre está la tentación no de hacerlas mal, sino de la distracción de falsos objetivos que aparecen en la senda marcada. Sí, es difícil. Muy complicado. Y mucho más si de lo que hablamos es de nuestra propia vida o de la vida de los que dependen de nosotros.

Conforme van pasando los años miramos hacia atrás: ¿lo estamos haciendo bien? Es una pregunta con una hoja de dos filos. Podemos creer que lo estamos haciendo bien y ser un falso espejismo. Podemos darnos cuenta de que no lo estamos haciendo bien y ya la cosa tiene poco remedio. Lo hecho, hecho está. Pero para saber la mayor parte de verdad de esto lo mejor es mirar a nuestro alrededor. ¿Cómo nos tratan? ¿Cómo piensan de nosotros? ¿Somos modelo de algo, de alguien?

En ocasiones, cuando veo a personas que te transmiten felicidad, serenidad, unión y en suma rectitud definida, siento un poco de envidia sana, esa que en tantas ocasiones aparece en nuestra vida. No tanto por querer parecerme a ellos, sino por saber hacer las cosas como ellos las hacen. Y esto, créanme, no sólo no es malo, sino que es inmensamente bueno. Siempre algo queda en el ejemplo.

Cuando estoy entre ellos, permítanme el consejo y la confidencia, nunca aspiro a ser como son, sino más bien suelo abrir los ojos y los oídos para llevarme -o robarles- alguna enseñanza. Aplicar lo que veo de ellos en mí mismo. Les aseguro que siempre salgo ganando. Hace muy pocos días he vuelto a tener la ocasión de hacerlo. Y he llegado a casa con un buen puñado de lecciones bien aprendidas para poner en práctica. Ahora queda la propia capacidad de saberlo aplicar o no. Pero hay que intentarlo. Por difícil que sea o que parezca.

La felicidad propia y de los que están a tu alrededor depende en gran parte de lo que sepas transmitir a tu entorno y de la vida ejemplar que lleves como modelo. Cuesta, cuesta mucho, pero irradiar estos valores te hará mejor persona. Hoy, más que nunca, estoy convencido de ello.

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