El Jueves

Los libros, a las bibliotecas

Por mucho que Aníbal González concibiera en la plaza de España y en otros emplazamientos del Parque de María Luisa espacios para los libros, entre las cerámicas de bancos y glorietas, no entiendo que sea el lugar natural para que estos cubículos se llenen de novelas, ensayos y relatos...

Por mucho que Aníbal González concibiera en la plaza de España y en otros emplazamientos del Parque de María Luisa espacios para los libros, entre las cerámicas de bancos y glorietas, no entiendo que sea el lugar natural para que estos cubículos se llenen de novelas, ensayos y relatos. Fundamentalmente porque los libros donde deben estar de forma pública y accesible para todos es en las bibliotecas.

Reconozcamos que un lugar como el Parque de María Luisa en el cual se acometen -menos de las que se debieran- reformas por el vandalismo que lo azota, no debe ahora llenarse de libros que, tal como ha sucedido, han desaparecido a las primeras de cambio. Este, de hecho, es un mal menor. Peor hubiera sido que el destrozo de sus páginas hubiera ensuciado el ya tantas veces maltrecho espacio. Quien quiera leer a la sombra de los árboles del parque o con el runrún de fondo de las fuentes en cualquiera de sus glorietas lo tiene bien fácil: a sólo unos metros se encuentra una biblioteca pública de la que se pueden sacar libros de todo tipo. Una biblioteca, que es el lugar natural y lógico en el que éstos deben estar.

Un libro no sólo encierra una historia. Un libro guarda entre sus páginas el esfuerzo, el trabajo y el tiempo de uno o varios escritores. Y la inversión (ojo al dato) de una editorial, que apuesta por una obra sin saber, en la mayoría de los casos, si le será rentable para su negocio o no. Sí, he dicho negocio, porque las editoriales son eso. Dejémonos de romanticismos y contemos las cosas con claridad: las editoriales no dejan de ser empresas dirigidas por personas que tienen la fea costumbre de comer al menos dos veces al día y de pagar a sus proveedores, a sus autores y sus impuestos.

Como autor de una obra que lleva más de dos años en el mercado no sería de mi agrado ver a uno de mis ejemplares “maltratado” en un lugar como el parque de María Luisa. Prefiero verlo desgastado por su uso en una biblioteca o en una de las tantas bibliotecas municipales que admiten este tipo de donaciones. Al menos dormirá tranquilo en los anaqueles de donde verdaderamente debe estar. Pudiera, además, darse el caso de que estos libros cuyo destino final es el parque de María Luisa sea lo que “sobra” en los almacenes de las editoriales, convirtiendo  los espacios de Aníbal González en puntos de reciclaje gratuito amparados por el paraguas de la cultura popular.

No quisiera pensar que el sello que hizo papel mis palabras hiciera esto ni tan siquiera con un ejemplar de mi firma.

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