El Jueves

Gracias

Es la única palabra que puedo decir hasta el momento y creo que la voy a repetir mucho. Durante muchos meses y quizás durante gran parte de la vida...

Es la única palabra que puedo decir hasta el momento y creo que la voy a repetir mucho. Durante muchos meses y quizás durante gran parte de la vida que me queda por delante. Ustedes me van a disculpar que personalice esta columna. Y no es que les vaya a hablar de mí, pero sí lo voy a hacer de las circunstancias que estoy viviendo estos días y de mi entorno más inmediato. Lo cierto es que uno está agradecido por la cantidad de muestras de afecto y cariño que está recibiendo en estos días, en concreto desde el pasado sábado, cuando el Consejo General de Hermandades y Cofradías decidió nombrarme Pregonero de las Glorias del próximo año. A partir de ese momento, las 11:23 minutos de la mañana de ese día, todo ha sido sumergirme en una espiral de parabienes, felicitaciones y buenos deseos. Por ello, esta columna de hoy no podía llevar otro titular.

Ha sido sorprendente descubrir cómo una institución tiene un excelente y entrañable lado humano. Sí, las instituciones están formadas por personas, pero en ocasiones no muestran ese lado, sino que se mantienen en el papel que socialmente les toca representar. Esto no ha sucedido con el Consejo de Cofradías -al menos en mi caso- del que he recibido un cariño que no sabía que podía llegar tan lejos. Gracias no sólo por la confianza sino por demostrarla de esta forma.

También mi agradecimiento a los medios de comunicación, a esas personas con las que trato casi a diario y que sólo han tenido palabras de afecto mezcladas con lo que era pura información.
Y desde las redes sociales el haber recibido tantas muestras de felicitación, incluso de personas a las que ni tan siquiera conozco. Todos los mensajes, que me hubiera gustado contestar personalmente con unas palabras pero que por la cantidad recibida ha sido imposible, te dan fuerzas para afrontar lo que queda por delante.

Ahora queda ir diluyendo esta felicidad de los días para volver a un segundo plano, con los ojos y oídos dispuestos a recoger todo aquello que se me dicte. Un pregón lo escribe y pronuncia un pregonero, pero lo dictan las personas y las hermandades. Ellas son el verdadero pregón; ellas son las verdaderas protagonistas; ellas son, paradójicamente, las emisoras y receptoras de los mensajes. Quien se sube al atril es simplemente un vocero, un altavoz de los sentimientos de muchos. Así lo entiendo y así voy a intentar concebirlo. Y contarlo.

Termino como empecé: dando las gracias, emocionadas gracias, a todos los que me han hecho este regalo y a todos los que desean lo mejor para mí.
Espero no defraudar.

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