Estas son las cosas del fútbol y eso es algo que parece que nunca cambiará. Apenas ha pasado un mes desde que el Real Madrid estuviera a 10 puntos del líder FC Barcelona y en puestos que daban acceso a disputar la Europa League la próxima temporada. Y lo más preocupante de todo, mostrando un juego que no auguraba nada positivo ni para el más optimista de sus fans.
La marcha de Cristiano Ronaldo se comenzaba a antojar traumática. Por otro lado, la falta de gol y la baja forma en gran parte de la plantilla era más que evidente. A esto se suma otro año más sin realizar ningún fichaje de esos de relumbrón con los que Florentino Pérez en otros tiempos ilusionaba a su parroquia. Y por si fuera poco, con un proyecto que había arrancado a manos de un Lopetegui -ahora se excusa en la falta de tiempo- que parecían no comprender ni sus propios jugadores. Por momentos empecinado en poner a quién fallaba un día sí y otro también, mientras no le daba bola a los que ansiosos esperaban fuera su oportunidad, véase Vinícius.
Llegada de Solari
El ascenso de Solari al primer equipo fue entendido por todo el mundo como lo que fue en ese momento: un parche con la esperanza desesperada de que el equipo diera un cambio de rumbo. La cosa a peor no podía ir y a ver qué técnico de primer nivel se subía al barco en medio de semejante temporal, con los mimbres que había y con todas las papeletas para salir en junio por la puerta de servicio tras una decepcionante temporada. Esto claro, a no ser que esa más que probable mancha en su currículum fuera aliviada en forma de ficha con una elevadísima cantidad de dinero, como según parece pretendió hacer Conte en el último momento.
El caso es que el argentino se puso al frente de la nave y tras unos primeros encuentros de incertidumbre todo comenzó a tranquilizarse. Al margen de los temas que sucedan en la intimidad del vestuario, Solari tomó unas decisiones tan simples como eficaces.
Ya desde el primer día se vio que las decisiones de Lopetegui, con centrales que suplían las bajas de laterales, laterales que hacían lo propio con los extremos o centrocampistas jugando de delanteros, habían tocado a su fin. No están Carvajal ni Marcelo, pues juegan Odriozola y Reguilón que para eso llegaron. Isco aparece en una baja forma alarmante, pues entra Ceballos, Lucas o quién sea que esté mejor. Los de arriba no dan la talla, pues hay un chico de 18 años en el banquillo con ganas de comerse el mundo y al que se le fichó porque se le auguraba un futuro brillante. Adentro Vinícius. Tan sencillo como eso. A partir de ahí, esa palabra que ahora está tan de moda, meritocracia. El que está mejor o rinde a un nivel más alto, juega. El que no está bien, independientemente de su trayectoria y fama, al banquillo o la grada.
Al margen del nuevo accidente en el Bernabéu ante el Girona, lo cierto es que ya hemos visto que las cosas han cambiado de manera razonable desde el comienzo de la segunda vuelta de LaLiga, lo que todavía otorga cierta esperanza a los seguidores de hacer algo importante este año. En apenas un mes el equipo ha demostrado que puede dar la vuelta a la tortilla y subir el nivel para jugar de tú a tú ante cualquier equipo. Los últimos resultados en su visita a las plazas más difíciles del caprichoso calendario son buena prueba de ello y aunque tras la derrota ante el equipo de Eusebio Sacristán se antoje difícil ver al Madrid como favorito al título liguero, el FC Barcelona ya sabe que a los blancos nunca se los puede dar por muertos y que un par de jornadas tontas los pueden meter de nuevo en la lucha por el título.
El Barcelona tampoco está para tirar cohetes y va sacando adelante los partidos rodeado de polémica y con más suerte que fútbol. Cuando Messi estornuda todo el club se estremece. Eso sí, también es cierto que prácticamente toda la responsabilidad en la reacción del club merengue está recayendo sobre los hombros de un técnico “provisional” y de un chico de tan solo 18 primaveras.