En ciertos tiempos de pandemia, cuando se ha consumado la quinta parte el Siglo XXI, sobresalen de entre el conjunto de la clase trabajadora aquellas personas que defienden la vida a capa y espada. Con miedo, y mucho valor al mismo tiempo, porque saben que llevan muchas papeletas para recibir la estocada del virus. Todas estas personas que se exponen al contagio en primera fila, más todas las que en la logística permiten atender la enfermedad y sostener las cadenas alimentarias y energéticas en los hogares, son la Clase Trabajadora.
Porque, sólo con el trabajo, la humanidad sobrevive. Una vez más se pone de manifiesto que intentar comparar trabajo y capital es una grave error, cuando no un truco para timar a la sociedad en su conjunto. Engaño que sigue funcionando, a pesar de ser antiguo, ya que está instalado en lo profundo del inconsciente colectivo. Pero lo cierto y verdad es que incluso el Capital nace del trabajo ¿Qué es el Capital, sino un depósito acumulado de plusvalías generadas por el trabajo? Al igual que el trabajo es la fuente de toda riqueza, en la naturaleza la energía del sol es la fuente de los combustibles fósiles. Ya que ha sido, y sigue siendo esa energía solar, la que permite la fotosíntesis de las plantas, que fijan el carbono mineral a la materia orgánica, para de este modo servir de alimento generador de todos los tejidos vegetales y animales. Y tanto la madera que arde, como el carbón, madera fosilizada, como el petróleo o gas natural, procedentes de los restos de millones de seres extinguidos, proceden todos de esa energía solar.
Esa energía solar acumulada en lo combustibles fósiles es el enorme capital energético que ha venido utilizando la humanidad desde hace cientos de años. Esa acumulación permitió el arranque de la revolución industrial y desgraciadamente el comienzo del cambio climático, aun sin preverlo. Pero lo importante lo imprescindible, lo irreemplazable es la energía solar, como ocurre con el trabajo. Por mucho capital, dinerario o inmobiliario, que se posea, si no es posible intercambiarlo por trabajo de nada vale.
Y los protagonistas de esa capacidad transformadora es la Clase trabajadora. Conformada por todas las personas que trabajan, no sólo los asalariados, o trabajadores por cuenta ajena, sino, y cada vez más, las personas trabajadoras autónomas, las que trabajan por cuenta propia en régimen de autónomos o pequeñas empresas. Porque estas personas, que han tenido que crear su propia empresa, aportan una parte muy importante al bien estar social. Su desaparición conllevaría el colapso de la economía. Una catástrofe de dimensiones mayores que las pandemias conocidas.
En un mercado laboral, donde el pleno empleo nunca ha existido, quienes se enfrentan al paro tienen la opción, algunos la obligación, de buscarse la vida trabajando para sí mismos. Y estas personas, que inician una empresa, dejan de ser una carga social, para convertirse en generadores de actividad económica, aportando impuestos a la bolsa común, que esa sí debe atender las necesidades básicas del conjunto de la sociedad. La gran preocupación, parece que ya no es el Virus, es la reactivación económica y en esto la última palabra la tienen quienes sean capaces de generar actividad empresarial. En una economía donde el sector público no produce casi nada, los gobiernos, las administraciones, no son competentes y además nunca han sabido, y los trabajadores por cuenta ajena son dependientes ¿Quién queda para salir adelante? Una cosa está clara: Todas las personas que trabajan, sea por cuenta propia o ajena son los auténticos héroes del silencio, ya que sin ellos nuestra sociedad no podría existir.
Fdo Rafael Fenoy Rico