Corría el año 1972. En un instituto de Barbate dos alumnos compartían sueños de melodías y acordes que recorrían sus cuerpos hasta alcanzar sus dedos. Hablamos de dos genios de la guitarra, dos artistas nacidos bajo el embrujo de la sal reverdecida por la esencia de La Breña. Hablamos de y hablamos con Tito Alcedo y Nono García.
En un instituto de Barbate dos alumnos compartían sueños de melodías y acordes que recorrían sus cuerpos hasta alcanzar sus dedos. Hablamos de dos genios de la guitarra, dos grandes músicos, dos artistas... Hablamos de y hablamos con Tito Alcedo y Nono García“Sí, compartíamos aula, aunque también había un chaval que tenía la letra muy bonita”, recuerda Nono. Ese otro alumno era José Melero Sánchez, genio también pero de la restauración como demuestra día a día como gerente de El Campero.
Cosecha del 58/59. Gran cosecha. Ambos, antes de alcanzar la adolescencia ya “tonteábamos con la guitarra”. Ambos soñaban con recorrer el mundo al son de la vibrante esencia de las seis cuerdas golpeadas en su corazón “por cinco espadas”.
“Me aficioné a la guitarra escuchando a mi vecino, el barbero Santiago, quien me inició en el arte de escucharla”, rememora Nono.
“En mi caso”, explica Tito, “empecé porque conocía a El Glé (Antonio González), que en paz descanse. Era un personaje que iba con sus gafas estilo Lennon al que le gustaba mucho el ‘roneo’, ir con la guitarra por la calle. Con mis amigos llegamos a conocerlo un día cerca del Parque Infantil, y nos mostramos ante él como buenos aficionados en plan ‘a nosotros nos gusta Led Zeppelin’. Y que un niño de doce o trece años te diga que le gusta Led Zeppelin o Deep Purple no era normal… Alucinó… nos invitó a su casa y nos llevaba a escuchar música. Él me enseñó los primeros acordes… así empezó mi historia con la guitarra”.
Caminos diferentes
En 1973, sus caminos parecían bifurcarse. Nono se fue “a un colegio interno a Málaga, donde era el encargado de la Sala de Música. Allí me empapé de Serrat, de compañeros que tocaban la guitarra clásica”, pero era una separación temporal, porque García regresaba los veranos “con unas piezas muy bonitas que a Tito le fliparon. Y ahí es cuando empezó nuestra relación de ‘pimponearnos’ mutuamente información”.
“Yo fui bastante tranquilo”, añade Tito. “En aquellos años la manera de aprender no es la misma que ahora donde cualquier chaval puede acceder a través de internet a prácticamente todo. Por ponerte un ejemplo, hace poco me compré una Fender Esquire… que es como una marca blanca. Me ha costado 200 euros. Yo quisiera que tú vieras la guitarra.
Nosotros, por aquel entonces, no teníamos esa oferta cuando empezábamos. Mi padre me compró una guitarra de siete mil pesetas cuando tenía 16 años, en L. Parodi, en la calle Eduardo Dato de Cádiz, que no tenía ni marca y que pesaba una barbaridad, parecía un cajón lleno de puntillas”.
A Nono se le ilumina el rostro. “Recuerdo la primera guitarra de Tito. Era española pintada de blanco y tenía las puntillas para clavar las cajas de pescado para señalar los trastes”. Y Tito avanza en la memoria: “El Glé llegó un momento en que no podía enseñarme más a parte de las dos o tres canciones que se sabía… En un año o dos ya no podía aprender más. Recuerdo que él me escribió los acordes mayores y menores en dos postales… Así es como estábamos”.
“Tito tenía más querencia por el rock, tocaba más con púa. Y sigue haciéndolo. Yo seguí yendo a Málaga durante tres años. Luego fui a la Universidad de Granada y cuando dejé la carrera en tercero de Filosofía ya estaba metido totalmente en la música y en el teatro. Y me profesionalicé tras contratarme Carlos Cano y empecé a tocar con cantautores. En ese tiempo seguía viniendo a Barbate de vacaciones y en los años 80 comenzamos a realizar nuestros primeros bolos”, rememora ahora Nono García.
“Sí, pero has pegado un salto”, le corrige Tito. “Cuando Nono venía de Granada, pues claro, él traía muchas más cosas que las que yo encontraba aquí. Entonces lo que hacíamos era intentar compartir lo que sabíamos”.
Experiencias y aprendizajes
Y esas experiencias, esos aprendizajes, los compartían en la playa de El Carmen, “que fue nuestra escuela. Nos íbamos por la noche, con las dos guitarras, a la zona donde estaban las casetas de mampostería donde no molestábamos a nadie. Allí nos quedábamos hasta las tres o las cuatro de la mañana. Recuerdo una vez (que llegó la Guardia Civil, le interrumpe Nono)… sí con capa y allí estábamos nosotros. No había luz. Nos preguntaron qué hacíamos, pues nada aquí, tocando la guitarra… y no pasó nada, pero el susto nos lo pegaron, de noche, con esas capas (risas)”.
“Ese fue el inicio de nuestra trayectoria musical en común”, confirma Nono. “Ahí empezamos a improvisar con dos acordes. Cada ratito uno. Soleando y acompañando en la playa”.
La década de los 70 llegaba a su fin y Tito “ya estaba con los grupitos. Fuimos a algunos concursos… y de ahí hasta que montamos una especie de orquesta con Alfonso Rubio, con Paco Mito, para trabajar en las verbenas… Trafalgar se llamaba”.
La importancia de Jose Venancio… ‘El Neringer’ “Sí, el Bar Stop”, recuerda Tito… “al que todos llamábamos el bar de José, era el soporte artístico de todos aquellos a los que nos gustaba la música. Allí fue la primera vez que yo escuché a Jimi Hendrix, cuando todavía el local era del padre y él ponía copas. Me quedé alucinado, daba miedo… el Glé decía ‘eso es música progresiva’… y lo era”.
“Él era cantautor. Tocaba, componía…”, explica Nono para añadir que “tras esos años de intercambio de información, comenzamos a hacer bolos por la zona. Había un movimiento cultural muy interesante. También estuvimos en Madrid y en Sevilla… y ya en el año 1.985 realizamos nuestra primera gira en Bélgica, donde yo me había ido a vivir”.
Punto de inflexión
Entonces llega otro punto de inflexión. Conocer a Antonio Toledo, un guitarrista de San Fernando. “Es un virtuoso y por aquel entonces ya tenía mucho nivel. Él podía tocar el tema de Larry Coryell solo. Se sacaba las cosas en su casa. Es algo que poca gente puede hacer. Él venía del rock. En aquellos me compré una Ovation porque ya habíamos conocido a Weather Report, Chick Corea y los discos de Al Di Meola en mi casa. Ya era una música contemporánea que venía del Jazz, no del Rock. Esa fue nuestra época bisagra”, relata Tito.
“Ahí es cuando conocí a Toledo, luego vino Nonete muy poco después. La Ovation me costó casi 80.000 pesetas de aquella época. Fue un esfuerzo enorme. Era una pasta. De hecho, pedí un crédito al Banco de Bilbao. Eso sí, sonaba del carajo… y claro, lo que yo quería era aprender. Ya tenía más claro que el camino era ese, aunque no quería dejar la guitarra eléctrica, pero quería ser un músico acústico. Quería tocar de verdad, no con sonidos solamente”, asegura Alcedo.
Y Nono lo confirma “Antonio Toledo nos dio un empujón. Él tocaba la Rumba de Armando y que nosotros hemos tocado en muchas ocasiones posteriormente. Además, o escribía las partituras con una limpieza increíble. De oído”.
Tito Alcedo iba a su casa una vez por semana. Luego se apuntó Nonete y “nos hicimos amigos los tres. E incluso tocábamos juntos. Esa época fue vital. Nos enseñó el camino. Ya nosotros veíamos los cifrados, los acordes… una enseñanza que no habíamos tenido”.
Por aquellos años Nono García vivía en Granada donde tuvo un aprendizaje “enorme” con la familia Habichuela. Era muy asiduo a la peña flamenca. “También conocí a músicos de rock y estuve en la Banda del Tío Paco con Nicolás Medina. Era fusión y cogí mucha información que luego me llevaba a Barbate”. En aquellos años cada uno hacía su camino, pero “a partir de Toledo, iniciamos un camino más común. Jazz fusión de la costa gaditana. Aprendimos la armonía más seriamente. Empezamos a estudiar música clásica”.
Y entonces Nono trajo el Real Book, que “era un libro que traía mil temas estándar escrito con la melodía y los acordes cifrados. Que es como se escriben las partituras de Jazz. Luego tú te encargas de poner el acorde. El músico de Jazz tiene que interpretarlo. Eso fue muy importante”.
El saxofonista de la Banda del Tío Paco “tenía una colección de 600 vinilos de Jazz. Él me dio toda la información del Jazz más clásico, el mejor. Vine preñado de eso, y entonces Tito descubrió a Django Reinhardt…”.
“Y te voy a decir cuándo”, añade Tito. “Un día que estuve con Nono y me presentó a varios músicos, entre ellos a Pedro Andrade. Y en casa Andrade en Granada fue la primera vez que escuché un disco de Django… y fue otra conmoción, como la de Jimi Hendrix, pero con una guitarra acústica”.
Django “es el genio de la guitarra más grande que ha existido. Fue un antes y un después”, sentencia Nono.
Años 80
Los años 80 se dibujan y se asientan con firmeza en el calendario. Tito Alcedo tocaba con los Marismeños, “con los que me ganaba la vida con ellos, con la orquesta, que íbamos a las ferias cantando las sevillanas y rumbas del momento. Y con ellos llegué a Madrid. Y allí buscamos a Andrés Olaegui, guitarrista del grupo Guadalquivir y que tenía mucho más nivel que nosotros. Él estaba en una academia enseñando armonía, era mayor que nosotros y era muy reconocido con muchos discos a sus espaldas. Y nos presentó a Félix Santos, que era otro profesor en la academia pero que a la vez era su maestro. Vamos, que Félix Santos era lo más”. “Era el gurú de los guitarristas de Jazz en España”, puntualiza también Nono para que regrese a sus recuerdos Tito. “Nos acogió en su seno. No nos cobraba nada. Quedábamos todas las semanas en una casa, en la Alameda de Osuna todos los guitarristas punteros, Juan Cerro, Andrés Olaegui, Félix Santos… y claro, tuvimos esa suerte de estar con la élite y ellos nos adentraron en el submundo de los guitarristas de Madrid. Mientras tanto, Nono y yo nos movíamos por los clubes de Jazz para tocar e improvisar. Y así nos fueron viendo y nos fueron animando. Nosotros éramos diferentes, teníamos otro punto”.
En este momento de la conversación, Nono García nos habla que en esos años, entre 1984 y 1988, Tito intervino en cinco programas de Jazz entre amigos en TVE, dos de ellos monográficos y dedicados exclusivamente a él. Y le fue otorgado “el Premio al Mejor Solista”, en el certamen realizado por dicho programa de TVE.
Claro, Alcedo, convencido del camino a seguir, viajó hasta Francia “para comprarme una guitarra Manouche porque ya estaba escuchando a Django, también a Biréli Lagrène, a Raphael Fays, y de ahí que quería esa guitarra, que es muy especial. Es acústica, con la boca muy pequeñita, de cuerdas metálicas que es lo que tocaba Django, lo que se llamaba Maccaferri, por el que las inventó. Las que en su día fabricaba Selmer. Y en eso es cuando me llamaron para Jazz entre Amigos, que fue lo que me dio la fama que tengo”.
Y siguiendo a su alma viajera y nómada, Nono García se marchó a vivir a Bruselas, “donde me casé. Desde allí hicimos la primera gira Tito Alcedo y Nono García. Tocábamos en festivales internacionales de guitarra en varios países europeos”.
“Es cuando formamos un dúo más profesional”, afirma Tito. El hecho de que Nono se quedase a vivir durante diez años en Bruselas propició que una nueva bifurcación momentánea de sus carreras artísticas.
Otro empujón en sus carreras
Pero seguimos con este relato porque llega “el otro empujón” en sus carreras de la mano de Chano Domínguez, “que está considerado el mejor músico de Jazz de España”. Un músico “brillante” y también “buen negociante”, del que “aprendimos mucho”. Pasó de teclista en un grupo llamado Caí a iniciar una carrera como “solista muy importante trabajando al más alto nivel”.
Pero “Tito y yo fuimos en los que se inspiró para hacer el primer disco. Le hicimos los arreglos de algunos temas. De hecho nos hizo un reconocimiento y eso fue un espaldarazo importante”.
“En Bruselas estuve durante cuatro años con el grupo que era número uno en casi todo el mundo que era ‘Vaya con Dios’ con el compartí escenario con grandes estrellas del rock por todo el mundo” y es que, como dijimos al inicio de esta conversación, uno de sus sueños, cumplidos claro está, era viajar, recorrer el planeta, gracias a su virtuosismo con la guitarra. Ambos han visitado más de treinta países.
Después llegó la época de Tito Alcedo con Javier Ruibal al que conoció a través de Antonio Toledo, “quien nos hablaba de él. En su casa me ponía maquetas del disco que iban a grabar juntos. Y llegó el día en el que nos conocimos personalmente y ahí andaba yo con Chano, en cuyo disco en común Ruibal metió una canción”, recuerda Tito.
Más tarde, tras varios ‘cameos’, “me llamó Javier Ruibal, cuya relación con Toledo estaba algo deteriorada, y me dijo que si me interesaba tocar con él. Y claro, le dije que me iba con él al fin del mundo. Yo pongo la agenda y el coche, me dijo y vámonos. En esa época los festivales comenzaban a caerse, era el final del boom del Jazz… en esos años había festivales en muchas ciudades. Y cuando me llamó Javier el trabajo ya estaba un poco duro. Y empecé a trabajar con él en el año 1994 y me he llevado con él a piñón fijo. Una época en la que grabé mi disco en solitario ‘Agüita Salá’ y cuando nos separamos hice mi segundo disco ‘Janda”.
En cuanto a Nono García, “el primer disco lo grabé en 1991, en el que participó Chano Domínguez, y el segundo disco lo grabé en Madrid, producido por el actor Gabino Diego, ‘Atún y Chocolate’ gracias al cual, en 2002 recibí el Premio Nacional de la Crítica de Flamenco. Luego vino la película en 2004. En esa época, en la que vivía en Madrid, seguí viajando a parte de con el Tour España, con el Instituto Cervantes y con la Agencia Española de Cooperación. También estuve viajando mucho con Azúcar Moreno”.
Y es que, sin duda ,ambos llamaban la atención allá por donde tocaban. “Yo lo llamo sonido breña… nosotros sonábamos diferentes, era una fusión, un potaje, zapal sound”, señala Nono, mientras que Tito introduce otro matiz importante que caracteriza a estos artistas y es que “podemos tocar con artistas muy diversos. Por ejemplo, si no fuese por la relación que ambos hemos tenido, participar en el disco ‘Palabra de Guitarra’ se me hubiese hecho muy cuesta arriba porque eran guitarristas de muchas índoles… Esa experiencia nos ha ayudado a ambos y de ella nos hemos retroalimentado”.
‘Titonete’
Llegamos al presente, a lo que llamamos actualidad. Hace dos años grabaron “al natural, en directo, ‘Titonete’, el cual hemos estado presentándolo en diferentes lugares de España y del mundo. Hace poco estuvimos en Polonia. Eso sí, la pandemia nos canceló varias giras. Y ahora estamos siendo como referentes para muchos artistas que están en el flamenco… es decir, nos hemos adentrado en un terreno que es muy nuestro”.
‘Titonete’ es la fusión de una experiencia compartida de más de 40 años. Es una huella de una relación que se remonta a las aulas de un instituto barbateño. Lo mismo tocan temas de hace treinta años que de hace un año. ‘Titonete’ es compartir la música a través de la guitarra. Es como cuando se sentaban en la playa, soleando y acompañando, con la diferencia, fundamental, de que ahora “manejamos mimbres muy diversos porque estamos a la altura de un artesanado musical hecho con mucho cariño y fogueado a través del tiempo”. Palabra de Nono.
“Esto es como el vino, mejora con los años. Ahora no improvisamos como hace cuarenta años, hemos aprendido muchísimo y somos mejores músicos”. dice Tito.
Un vino que claro que mejora con los años pero que ya viene de una buena cosecha, de una excelente añada. Un vino, unos acordes, unas melodías, de pura sal y Breña. Un vino que se puede degustar de nuevo en sus conciertos y bolos por toda la geografía nacional e internación, ahora que tras el parón de la pandemia, “el paraguas se está abriendo”. Y créanme, si tienen la oportunidad de catarlo, no la dejen pasar. Sabe y suena a Jazz, a flamenco, a rock, pero sobre todo a Breña, agua salada, sencillez, humildad, a Barbate y a la genialidad que se retroalimenta, y se marida, en el corazón de los grandes artistas con almas de buenas personas.