Cádiz

La mitad de los padres españoles confiesa que sus hijos comen mal

La hora de la comida es un suplicio para la mitad de los padres españoles porque sus hijos son ?malcomedores?, ya que se niegan a probar aquello que no les gusta y pasan de la verdura, la fruta, las legumbres y los pescados.

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  • Según el estudio, uno de cada tres niños come muy poca variedad de alimentos. -
La hora de la comida es un suplicio para la mitad de los padres españoles porque sus hijos son “malcomedores”, ya que se niegan a probar aquello que no les gusta y pasan de la verdura, la fruta, las legumbres y los pescados.

Así se desprende de un estudio realizado este año por el Observatorio de la Nutrición Infantil en el que se ha entrevistado a más de novecientas familias de diferentes comunidades autónomas, con niños de entre uno y diez años.

El doctor Luis Ros, jefe de la Unidad de Gastroenterología y Nutrición Infantil del Hospital Miguel Servet de Zaragoza, precisó que uno de cada tres niños come muy poca variedad de alimentos y casi la mitad no llega a tomar nunca los más saludables.

En este punto radica una de las causas del comportamiento del niño “malcomedor” porque, para evitar enfrentamientos y castigos, los padres terminan ofreciéndole sólo aquello que le gusta.

Los primeros síntomas se detectan a partir de los dos años, momento en que se incurre en el primer error: “Pensar que con el tiempo se solucionará el problema y que acabarán comiendo de todo por iniciativa propia”.

Sin embargo, apuntó el experto, conforme crecen, el conflicto se va agravando, ya que a los diez años un niño lleva más de cinco alimentándose incorrectamente y esa conducta es muy complicada de cambiar.

Ros comentó que los malos hábitos alimenticios pueden derivar en problemas en el desarrollo físico y psíquico, provocan un bajo rendimiento escolar y desembocan en trastornos como la obesidad, la anorexia y la bulimia.

Luis Torres, psicólogo infantil, aseguró que las causas principales de esta situación residen en la “cesión” a los caprichos y deseos del niño, en detrimento de una ausencia de normas que cumplir a la hora de las comidas.

El 90% de los padres admite que se enfada con sus hijos ante el rechazo de la comida y que la duración del almuerzo se prolonga en exceso.

Los niños con esta tendencia emplean una media de 45 minutos para comer, prácticamente el doble de tiempo que sus padres consideran suficiente y que ronda los veinte minutos.

Los progenitores confiesan que terminan cediendo a las preferencias del niño o intentan distraerlo con juegos o la televisión. Un 75% de los pequeños come viendo la televisión y tarda el doble de lo habitual.

Torres, autor del libro Aprendiendo a enseñar. Estrategias sencillas para educar, esgrimió que “cuando la conducta de los padres es ceder a los antojos del niño, se favorece que el comportamiento tienda a perpetuarse”.

El psicólogo infantil agregó que las discusiones y los enfados llevan al niño a negarse a participar de la comida, puesto que concibe este momento como una situación de estrés y, por tanto, intentan evitarla a toda costa, con “la consiguiente imposición por parte de los padres, la discusión y vuelta a empezar”.

Casi un 70% de los padres de niños que comen mal reconoce abiertamente que esto preocupa de forma importante a la familia y que es algo que merma su estado físico y psicológico, al verse sobrepasados.

Los expertos han apostado por establecer unas normas y una disciplina en cuanto a las comidas, respetar unos horarios y unas costumbres en la mesa, como comer en familia, no permitir la selección de alientos y evitar la televisión y los juegos.

“Cuando transcurren los 20 ó 25 minutos que debe durar la comida, y si el niño se ha negado a comer en ese tiempo, se le retira el plato de la mesa sin provocar discusión o manifestar enfado, y se intenta evitar que coma hasta la siguiente comida”, recomendó Torres.

Sobre todo, aconsejó “restar importancia” a la comida e intentar hablar de otros temas durante el tiempo que se pase en la mesa, para evitar que el niño utilice el negarse a ingerir como un “chantaje” emocional con el que lograr ser “el centro de atención”.

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