La corriente impulsa la crónica política hacia la crítica más contundente. La falta de acuerdo entre los partidos de izquierdas hace que en España se haya igualado el número de analistas políticos al de seleccionadores nacionales: uno por persona.
En televisión, prensa, radio, redes sociales, pero también en las calles, bares y mercados escuchamos a expertos cronistas y a ciudadanos criticar a Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, y cuestionar la vuelta a las urnas el 10 de noviembre. Españolitos de a pie y de altos vuelos proclaman, con razón cierta, que ya han hecho su trabajo (votar), y que ahora los políticos hagan el suyo (formar gobierno). Vamos que alimentan el fantasma (debe tener sobrepeso) de la abstención. A estos les digo que recuerden las palabras de Platón, muy vigentes en la actualidad. El filósofo griego decía: “el precio de desentenderse de la política es el ser gobernado por los peores hombres”. No sé si los que tenemos ahora son buenos o malos (más parece lo segundo), pero son los que tenemos, y no debemos desentendernos de las urnas si finalmente habemus comicios.
Estas vueltas de la política se convierten en revueltas sin miramos al interior de los partidos. Uno se pregunta: ¿cómo se van a poner de acuerdo con el rival político, cuando internamente no se aclaran? Los ismos y las istas han crecido hasta el asombro. Las diferencias internas en las formaciones merecen nuestra atención. Fíjense, por ejemplo, cómo están los partidos de izquierdas. Cuando uno habla con algún socialista andaluz no sabe si será susanista, pedrista o de una nueva vía que empiezan a formar los caídos del susanismo. Pero en Adelante Andalucía tampoco pueden dar lecciones. A la ya complicada integración de Podemos e Izquierda Unida se suman las corrientes internas que forman pablistas, errejonistas y anticapitalistas, que no entiendo (o sí) por qué no se llaman teresistas. Claro. Entonces, uno entiende las dificultades para que ambas formaciones se pongan de acuerdo en el ámbito nacional. En Ciudadanos lo tiene claro: los disidentes se van. Ni más ni menos. Y en el PP los echan con algún maquiavélico método. Que se lo pregunten a Cristina, de apellido Cifuentes.