La prudencia, para unos virtud para otros don, es buena consejera frente a psicosis y frenesí. Uno, personalmente, se siente cómodo en ella; también en moderación y discreción. Profesionalmente, es una obligación. El periodista debe partir de esos conceptos antes de afrontar una crisis de salud pública como la actual, que ha convertido al coronavirus en una de las noticias más importante de lo que llevamos de siglo junto con el terrorismo islamista, el cambio climático, los movimientos migratorios y el relevo de Barack Obama por Donald Trump en la Casa Blanca. El rigor es dogma de fe en estos casos. Los medios de comunicación tienen el difícil ejercicio de informar, sin sobreexposiciones, y alarmas innecesarias. En eso estamos.
Por otro lado, los mensajes de los profesionales de la salud reiteran tranquilidad y calma, calma y tranquilidad. Sin embargo, los hechos caminan por otra vereda muy alejada: la del impacto. La Organización Mundial de la Salud y autoridades de todo el mundo nos intentan trasladar ese sosiego, pero las imágenes nos impregnan de todo lo contrario. El mero hecho de ver a un ministro de Angela Merkel retirando su mano, cuando la canciller trataba de estrecharla, rebate miles de mensajes relajantes sobre el coronavirus. Todo es tan brutal, tan desmesurado que acojona.
Por un camino van las palabras, y por otro los hechos. Por mucho que trasladen ese espíritu de serenidad, éste desaparece en cuanto escuchamos o leemos que Italia cierra universidades y colegios, que en Japón ya hay más de mil contagiados, y se cuestiona la celebración de los Juegos Olímpicos o que Israel ha impuesto cuarentena a los viajeros procedentes de España. Ver a los jugadores del Real Madrid de baloncesto viajando a Milán con mascarillas, y jugar ante una cancha vacía desmonta todas las buenistas interpretaciones que se den al coronavirus. Contemplar las puertas del Louvre, el museo más visitado del mundo, cerradas, ya que los trabajadores temían riesgo de contagio pues, qué quieren que les diga, que impresiona, y deja huella en la retina. Cualquier noticia de éstas sería titular a cinco columnas en primera página de periódico o abriría escaletas de radio y televisión. Ahora, tenemos varias informaciones de este calado cada hora; de tal manera, que el flujo desborda, y la preocupación, también.