La realidad supera a la ficción. Ya lo sabemos. La historia contemporánea nos ha mostrado innumerables ejemplos. Tela. La llegada de un personaje como Trump a la Casa Blanca no la habrían imaginado ni los hermanos Coen, aunque sí Rafael Azcona y probablemente incluso Billy Wilder. Pero el Óscar al mejor guion original es para el coronavirus. No hay duda. Tiene un carácter universal, y consigue mezclar todo tipo de sentimientos. Mata, sobrecoge, asombra, asusta, te mantiene en vilo, emociona, intriga, entristece, pero al mismo tiempo dispara la imaginación.
Es capaz de ir de los más global, la posible suspensión de los Juegos Olímpicos, hasta lo más local, la cancelación de la muestra de habas con poleo de La Palma del Condado. Que de los 615 diputados y senadores de las Cortes Generales sea Javier Ortega Smith, secretario general de Vox, quien contrae esta enfermedad es ya insuperable. ¡Quién está escribiendo este guión dramático casi de ciencia ficción! Es de lo que habló el grupo
Polansky y el Ardor en la movida madrileña en los ochenta:
Qué harías tu, en un ataque preventivo de la URSS.
Sí, sí, me van a permitir esta licencia. Comprendo que banalizar sobre un tema de esta proporción, que mata a personas, trae de cabeza a ciudadanos, políticos, autoridades sanitarias, farmacéuticos y, en definitiva, la economía mundial, es una temeridad, pero se trata de una defensa de mi higiene mental. Es todo de tal proporción que la única vía de escape es ésta. Otra cosa es solemnizar lo obvio, que estamos ante la crisis sanitaria más importante que haya conocido el mundo en el siglo XXI, de consecuencias aún imprevisibles. Esto barre fronteras. Se ríe de los nacionalismos. No respeta tradiciones, y lo que es peor las vidas humanas. Ha entrado como un estilete en nuestras vidas. Cambia hábitos. Lo cuestiona todo, absolutamente todo. Dice la sabiduría popular que la salud no tiene precio, y el que la arriesga es un necio. Yo añadiría. La salud no tiene precio, y el que polemiza con ella es un necio. Aquí no valen estrategias políticas, ni uso partidista entre administraciones. Porque, ya se sabe, a palabras de borracho, oído de cantinero.