“En una fría noche de fin de año, una pequeña niña deambulaba por las calles, portando una caja de cerillas que nadie parecía querer comprar. Mientras el frío se clavaba en su cuerpo, las luces y las risas escapaban de las ventanas de las casas cercanas, donde las familias celebraban entre banquetes. Desesperada, encendió una cerilla para intentar calentarse. En la breve llama del fósforo, la niña imaginó un hogar cálido, una mesa llena de comida y el afecto que tanto deseaba. Pero al extinguirse la llama, volvió a su realidad. Una y otra vez encendió sus cerillas, hasta que, en su último intento, encontró la paz que tanto buscaba, pero ya no en este mundo”.
Aunque este cuento pertenece a la imaginación del escritor Hans Christian Andersen, su historia sigue resonando en las vidas de quienes enfrentan las fiestas desde la orilla de la exclusión. En un mundo donde la Navidad suele asociarse con el consumo, los regalos y el brillo de las ciudades, existe una realidad distinta: aquellos que no pueden celebrarla.
La última actualización del Índice de Pobreza Multidimensional (IPM) 2024 indica que 1.100 millones de personas viven en pobreza extrema, marcada por privaciones en salud, educación y calidad de vida. De ellas, el 40% habita en países afectados por conflictos o fragilidad institucional, lo que agrava su situación y limita las oportunidades de desarrollo. Especialmente impactante es que más de la mitad de los afectados son niños, quienes sufren hambre, enfermedades y falta de acceso a educación, perpetuando un ciclo de pobreza generacional. Para estas personas, las cenas abundantes, los regalos y las decoraciones navideñas son lujos completamente inalcanzables.
Las familias monoparentales, los refugiados, las víctimas de conflictos armados y los trabajadores informales que apenas ganan para subsistir son los más afectados. En lugares como Siria, Yemen o regiones de África subsahariana, la Navidad no es sinónimo de celebración, sino de lucha por sobrevivir.
Carola Riera, como muchas otras personas vulnerables, recibe el Ingreso Mínimo Vital de 207 euros mensuales. Esta cantidad resulta insuficiente cuando, por ejemplo, paga 390 euros al mes por alquilar una habitación en Madrid para ella y su hija. Tal y como expresa Carola en la web Save The Children: “Mi hija nota que ya no existe la Navidad, será un día cotidiano, ya no hay celebraciones”.
En contraste con esta realidad, la resistencia y la solidaridad emergen como fuerzas cruciales. A nivel global, organizaciones como ACNUR, UNICEF y Cáritas Internacional están desempeñando un papel vital. Sus programas buscan no solo proporcionar asistencia inmediata, sino también construir oportunidades a largo plazo para quienes más lo necesitan.
Iniciativas de solidaridad y esperanza global
En 2023, Cáritas Internacional lanzó la campaña "La pobreza no tiene fronteras", con el objetivo de recaudar fondos para atender a más de 30 millones de personas en 200 países y territorios. A través de esta iniciativa, se han distribuido alimentos, ropa y materiales educativos, especialmente en zonas devastadas por desastres naturales o conflictos armados.
En India, la organización local Akshaya Patra llevó a cabo un programa especial para distribuir comidas festivas en comunidades empobrecidas, alcanzando a más de un millón de niños.
El desafío de la soledad y la exclusión emocional
En unos días que se presentan como momentos de unión y celebración, la soledad afecta a millones de personas. Según un informe de la OMS, más de 33% de los adultos mayores en el mundo experimentan soledad severa, especialmente durante las fiestas. Jóvenes migrantes lejos de sus familias y comunidades afectadas por la pandemia también sienten este vacío.
En Japón, una tradición reciente conocida como "Navidad Compartida" alienta a las familias a invitar a personas solitarias a unirse a sus celebraciones. Similarmente, en Canadá, las cenas comunitarias organizadas por bancos de alimentos están marcando una gran diferencia.
Es necesario mirar más allá del consumismo para reconocer la desigualdad existente. Mientras las luces brillan en las calles, hay que recordar que la verdadera esencia de esta festividad no radica en lo material, sino en la lucha por construir un mundo más justo. El desafío global está en no limitar la solidaridad a la Navidad. La pobreza no desaparece con la llegada del Año Nuevo, y las soluciones requieren acción durante todo el año. Solo así se podrá transformar la Navidad en un tiempo inclusivo, donde ningún niño pase hambre y ningún adulto duerma bajo el frío de las estrellas.