Hablar con uno mismo

Publicado: 11/07/2024
Autor

Juan Antonio Palacios

Juan Antonio Palacios es observador de la conducta humana, analista de la realidad y creador de personajes literarios

Curioso Empedernido

Curioso empedernido. Curioso de las tres pes, por psicología, la política y el periodismo, y alérgico a las fronteras y murallas

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Expresarnos en voz alta, siempre y cuando nuestra mente no divague puede ser una señal de buen funcionamiento cognitivo
Entre prisas y precipitaciones no nos dejan tiempo de hablar con nosotros mismos, de tomar conciencia de lo que hacemos, de reflexionar y verbalizar nuestros pensamientos y acciones. No es necesario y resultaría agotador que todo lo tuviéramos que masticar de manera consciente, pero si debemos prestarnos atención y dejarnos un tiempo para estar con nosotros, si no terminaremos perdiendo la habilidad de poder relacionarnos con los demás.

Casi todo el tiempo de vigilia estamos hablando con nosotros mismos aunque sea silenciosamente, Incluso cuantas y cuantas veces nos hemos desvelado y nos hemos enfrascado desde las tres de la mañana hasta que nos hemos caído agotados por el sueño, y perdido en conversaciones profundas y trascendentales o planteándonos como resolveremos lo que hemos de hacer el día siguiente.

Los investigadores dentro del campo de la neuropsicología y la antropología, afirman  que el cerebro humano puede funcionar como el de los monos si dejamos de hablar con nosotros mismos, ya sea en voz alta o interiormente.

Expresarnos en voz alta, siempre y cuando nuestra mente no divague puede ser una señal de buen funcionamiento cognitivo: en lugar de tener una enfermedad mental y puede significar una mayor competencia intelectual. Así que de la necesidad de dialogar con nosotros a la locura hay un gran salto.

Es frecuente observar, en algunos de los personajes que han accedido a responsabilidades públicas que cuando el poder y la gloria les llegan demasiado pronto, casi sin hacer la digestión, comienzan a pensar y a decir tonterías y barbaridades.

Aparentan embriaguez y borrachera, mientras que si les llega demasiado tarde da toda la sensación que les enloqueciera. Esto que no tiene porque ser una axioma o una regla incuestionable, si es constatable si contemplamos la realidad, desde la más lejana a la más cercana.

En ese dialogo con nosotros mismos, deberiamos plantearnos muy seriamente nuestro papel ciudadano, para poder intervenir en cualquier momento y expulsar de la vida política a aquellos  que una vez elegidos por la comunidad, dan la espalda a la gente y creen en sus alucinaciones que son el poder en sí mismo.

Sólo son capaces de ver a través de sus propios ojos, oír en exclusiva mediante sus oídos y no pueden en sus reflexiones suponer que a los demás les asista la razón. Se alarman, enfadan, satanizan y acusan a todo aquel que opine de manera distinta. Tal vez porque apenas hablan con ellos mismos y en sus soliloquios se preguntan ¿es que estos atrevidos e ignorantes mortales no se dan cuenta de quien soy?

Son en el fondo y en la forma seres dignos de atención y tratamiento. Padecen no ser en fondo nadie, para procurar ser alguien en la apariencia, y viven continuamente en la superficialidad de la foto sin contenido o el titular escandaloso pero inútil. Su doctrina se resume en el autoritarismo de conmigo o contra mi, su estilo cateto y personalista les hace caer en la vulgar e insoportable egolatría.

Nuestros falsos protagonistas están aislados, sin comunicarse con ellos mismos, presos en las instrucciones que reciben, víctimas de un poder que les ahoga. Continuamente necesitan un espejo como la madrastra de Blancanieves, que les diga que no hay nadie mejor que ellos, más buenos, guapos e inteligentes.

Viajan permanentemente con su eco para oír sus propias palabras. Son tan inseguros e indefensos que necesitan enfrentarse a todo y todos, se creen envidiados y perseguidos por los demás.
 

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