Memorias de un nómada (1972) es la autobiografía del escritor norteamericano Paul Bowles, una de cuyas novelas imprescindibles (El cielo protector, 1949) fue dada a conocer entre el gran público por la mediocre versión cinematográfica (The Sheltering Sky, 1990) ejecutada por Bernardo Bertolucci. La existencia de Bowles fue como un eterno verano vivido preferentemente en unos escenarios de tierras cálidas y (todavía entonces) exóticas. Al final de Memorias de un nómada su autor concluye: “Escribir una autobiografía es, en el mejor de los casos, una tarea ingrata. Es un tipo de periodismo en el cual el reportaje, en vez del informe del testigo presencial del suceso, es sólo la memoria de la última vez que se recordó”. Y añade: “Escribir una autobiografía no es el tipo de trabajo con que se supone que disfrutan la mayoría los escritores. Y es evidente que contar lo que ocurrió no constituye forzosamente un buen relato. En mi relato, por ejemplo, no hay victorias espectaculares porque no hubo lucha. Yo aguanté y esperé”. ¿Mezcló Bowles en estas palabras la ambigüedad con la modestia para obtener un resultado próximo a la sinceridad? Él fue uno de los grandes escritores del siglo XX y eso es lo que nos interesa.
Memorias de un nómada (Debolsillo, Barcelona, 2006) se lee como una novela de intriga, porque los hechos narrados adoptan a menudo la forma de esos misterios que portan, en sí mismos, claves que conducen a los umbrales de nuevas incógnitas; y todo ello en un sugestivo lenguaje que atrapa sin remedio al lector. En la vida de Bowles (1910-1999) cabe todo un siglo: su vida encierra una centuria incomparable de revoluciones, utopías, distopías, guerras apocalípticas, profundas transformaciones sociales, éticas, estéticas e ideológicas, honestos fracasos, indignas claudicaciones, funestas esperanzas. Un siglo convulso y excitante del que la trayectoria de Paul Bowles es uno de sus símbolos más representativos.