En las últimas semanas, las noticias que han sacudido nuestro país han sido numerosas, graves, ingentes, dolorosas. No me encargaré de ellas (¿qué podría aportar, más que un nuevo y sentido responso?), sino que trataré de abarcar un fenómeno que, desde hace unos años, pretende afianzarse en nuestra sociedad. Su objetivo principal es actuar como repulsa a otro que hace bailar los cimientos de nuestras tradiciones: frente a Halloween, el español de rancio abolengo trata de recordar que, al llegar noviembre, en nuestra tierra, jamás se ha rendido culto a la raigambre extranjera. Y bajo este pretexto, hace algunos otoños que se emprendió la aventura de holywins, una celebración, abrazada por algunos centros educativos, y con cierto movimiento en redes sociales, que reviste a nuestros niños de santos del cielo. Su propósito no es otro que trabajar, desde la infancia, por nuestras tradiciones.
Hemos de aclarar que, antes de la venida de este nuevo panorama, era habitual, en las casas de toda condición y norma, llegada la festividad de difuntos, rememorar a quienes ocupaban ya su localidad en el palco celestial: un día para los santos de la Iglesia, otros para nuestros difuntos. En estas noches, tampoco dejaba de rezarse por los que, ante la incertidumbre de sus hechos, podrían haber quedado sujetos entre las ramas ardientes del purgatorio. La oración a la Virgen del Carmen (sus cultos, las plegarias por las ánimas benditas), el humilde menú de la cena, el reencuentro con familiares y la disposición de un cubierto añadido por quienes ya dejaron de acompañarnos en este valle fundamentaban el rito ancestral con el que la España primera y primaria creció.
Sin embargo, el cambio social, incesante, superlativo, presente en todos los períodos históricos, vuelve a barrer la luminosidad de aquella festividad familiar y piadosa. Así como el Renacimiento iluminaba la precariedad de la Edad Media; así como la Ilustración vestía de razón la impetuosidad del Barroco exacerbado y mayúsculo; así como el nuevo gobernante destruye lo pactado por sus predecesores; así Halloween está acabando con otra de nuestras fechas sagradas del calendario.
¿Qué hacer frente a esto? Algunos se lo preguntan y la observación nos responde: el apoyo que muchas instituciones dedican, generalmente, a lo nuevo, nos hace tener la certeza de que solo nos queda la aceptación de la velada de las calabazas. A pesar de ello, nadie nos impide seguir celebrando nuestros deseos de santidad y condolencia a los que renegamos de la tendencia. En nuestras manos está que sigamos, o no, teniendo identidad propia o seamos marionetas en manos del oscurantismo imperante.