El jugador imprevisible que soñó con fabricar goles de dibujos animados

Antoñito, un jugador capaz de lo mejor y de lo peor, un genio

Decían de Romario que era un jugador de dibujos animados. A Antoñito en su día le apodaron el Romario del Polígono de San Pablo, la barriada en la que se crío, en la que conoció el sentimiento sevillista y donde aprendió a hacer regates de fantasía, de ficción. En Buenos Aires le escribieron un día a Lola Flores aquello de “no baila ni canta, no se la pierdan”. Una artista la Faraona. A Antoñito tampoco hay que perdérselo. A lo mejor no corre lo que algunos entrenadores quieren, o no defiende lo que le han exigido otros, o no se encorseta tácticamente a las exigencias de los entrenadores. Y no hay que perdérselo, simplemente, por su genialidad. Porque es capaz de lo mejor y de lo peor. Porque es capaz de transformar un balón perdido en la más preciosa de las vaselinas, porque tiene duende y magia en los pies. Otro artista, en esta ocasión del toreo, Rafael de Paula, comentó en su día que “lo más grande de torear es soñar cuando se torea”. Y Antoñito soñó, desde la grada del Pizjuán, siendo un Biris más, con ser futbolista. Y lo consiguió, pero mientras jugaba, soñaba con hacer goles de crack, de dibujos animados.

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