¡Qué aburrimiento!

Publicado: 26/01/2009
Por estas hablillas se han dejado caer las particulares reflexiones de quien esto escribe sobre la publicidad en general y los anuncios televisivos en particular. Recién salidos de la vorágine comercial, mareados por tantas ofertas para paliar la crisis, el talento de estos profesionales no deja de sorprender con el fin de vender, lo malo es que lo ofertado no se compra con la facilidad de unos meses atrás. Dejando a un lado este problema global que, de hecho nos tiene aburridos, la hablilla de hoy se refiere al aburrimiento más simple, el que provoca no contar con algo que entretenga. De chicos, cuando exclamábamos con pesar "estoy aburrido" enseguida nos contestaban "pues échate en agua". Casi nadie obedecía el mandato, más bien huían a la calle de atrás a dar patadas a un balón o se improvisaba un tocadé en la casapuerta con un trozo de madera envuelto en trapos para evitar el deslizamiento que hacía perder el turno. Y es que lo de echarse en agua indicaba lavatorio y con él el final de los juegos Entonces eso de la ducha no se estilaba mucho, más bien se quedaba en la pantalla del cine Madariaga. El aburrimiento era circunstancial, se presentaba únicamente cuando los amigos habituales desaparecían del barrio porque salían de visita o iban al médico. Se trataba de un aburrimiento relativo, muy distinto al actual. Convenimos en que hoy la calle no es lugar para juegos pero aun teniendo casi todo al alcance de la mano, los niños se aburren con más facilidad. La espera en la puerta de un colegio cualquiera es una fuente de información importante para comprobarlo y estos días hablan por sí solos. Por eso cuando se ven anuncios relativos a juguetes de montaje, muñecos que no se mueven y DVDs de dibujos animados de La Adea del Arce y el osito Misha el espectador ve como un jirón de luz que ilumina la fantasía infantil. En los jóvenes, el aburrimiento es distinto y como prueba un anuncio de unos meses atrás. Se trataba de un publirreportaje en el que aparecían dos chicas sentadas en un sofá exclamando alternativamente y entre resoplidos el título de la hablilla de hoy. El timbre de la puerta hizo levantarse a una de ellas para franquearle la entrada a un amigo que, sorprendido por sus caras les da un número de móvil para descargarse juegos por un precio de risa. Inmediatamente las chicas se pusieron dedos a la obra para, segundos después, ver cómo sus ojos echaban chiribitas. Los tres acabaron sentaditos cómodamente pero eso sí, divirtiéndose por separado. Ante esto, uno se pregunta qué sería de ellos sin un móvil ya que este artilugio parece ser algo de vital importancia. Dan la impresión de que si se les perdiera, sería como morir de pronto. Conocemos su eficacia, el trabajo que evita, las situaciones que salvan pero es cierto que se dan casos de adicción perniciosa, si se me permite el término. Sin embargo, lo realmente penoso no estaba en el mensaje del publirreportaje, ni siquiera en la forma de venderlo, en este caso la descarga de los juegos y la distracción que suministran al cliente. Lo penoso estaba en el fondo, en el fondo de la escena, en el mobiliario elegido para el plató. Junto al sofá, mullido y confortable, había una lámpara propagando un haz de luz seductor y tras él una pared imaginada pues estaba oculta por cientos de libros. Ante esto uno entabla una discusión íntima, personal y muda cuya conclusión nos arroba el espíritu porque nunca llegaremos a entender por qué se aburre la gente cuanto tiene a su alcance medios eficaces para remediarlo. C'est la vie.

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