La clonación es una técnica destinada a producir individuos idénticos a otros seres vivientes: hablando más concretamente, copias genéticas, con igual dotación de ADN. Se trata de una añeja aspiración del hombre, que tomó visos de realidad cuando, en febrero de 1997, Ian Wilmut y Keith Campbell, desde el Instituto Roslin de Edimburgo, comunicaron en Nature la clonación exitosa de la oveja Dolly. Era el primer mamífero clonado, y aunque se esperaba que con ello se conseguirían razas selectas a partir de animales notables, la verdad es que la oveja en cuestión empezó a sufrir pronto signos de progerie, de vejez prematura. A este evento sucedieron luego otros éxitos en diversas especies, e incluso en 2004, el surcoreano Hwang Woo-suk comunicó en Science haber alcanzado la clonación de un embrión humano, lo que luego se demostró falso.
Ahora, sí: Shoukhrat Mitalipov, trabajando en el Centro de Investigación Nacional de Primates de Oregón, cuenta en Cell haber conseguido, con menos dificultades de lo previsto, la clonación humana. Hasta donde me sé, su técnica en poco ha diferido de la de Wilmut. Se toma un núcleo de célula somática (en este caso, cutánea) y se inyecta en un óvulo al que con anterioridad se le ha desprovisto de su propio núcleo. Tras estímulo adecuado, la célula noviformada se comporta como un cigoto y empieza a multiplicarse hasta formar en pocos días un blastocisto. Las células de la masa interna del blastocisto se comportan como células madre, y pueden ser guiadas hacia la producción de un tejido en concreto: médula, tejido nervioso, miocardio, etc. Esas células son compatibles con el material nuclear que les dio origen, y no originan por tanto rechazo al ser utilizadas como injerto en la reparación de tejidos humanos dañados del mismo donante.
El embrión clonado puede tener dos destinos, y en este sentido se habla de clonación reproductiva (producir individuos) y terapéutica (reparadora). La primera posibilidad está generalmente prohibida, incluso en nuestra legislación nada restrictiva. La segunda conlleva la destrucción de una vida en potencia, la del embrión, para beneficiar a un ser ciertamente enfermo. Se produce con ello la “cosificación” de un ser vivo humano, creado exclusivamente para servir de recurso médico. Y eso no es ético.
El mismo Ian Wilmut, ha desaconsejado su empleo, decantándose por la línea de investigación denominada reprogramación nuclear programada (iPS) de la que hablé ya en su día calificándola de “alquimia celular”, y que valió al japonés Yamanaka el último premio Nobel de Medicina y Fisiología. Porque la reprogramación se consigue mediante la introducción de 4 genes en la célula, que se convierte en pluripotente sin pasar por un estadío embrionario. En todo caso, la práctica clínica actual sólo utiliza células madre adultas o procedentes del cordón umbilical.
El paso adelante de los investigadores de Oregón ha sido importante. Ha clarificado las condiciones exigidas para que el ovocito renucleado se convierta en célula madre. No creo empero que estas células embrionarias producto de clonación tengan demasiado porvenir en la medicina regenerativa humana.