De la Gloria a las Cenizas

Publicado: 24/02/2009
¡ Cómo pasan lo años! De nuevo estamos en Cuaresma. El tiempo vuela, sobre todo desde la perspectiva de cierta edad, aunque los modernos físicos cuánticos intenten demostrarnos que...
¡ Cómo pasan lo años! De nuevo estamos en Cuaresma. El tiempo vuela, sobre todo desde la perspectiva de cierta edad, aunque los modernos físicos cuánticos intenten demostrarnos que no existe el paso del tiempo. Aseguran que la realidad es eterna y coexistente, funcionando nuestra mente con instantáneas temporales en una secuencia que tan solo aparenta movimiento. 

Pero de nuevo esta tarde signarán nuestra frente con ceniza y nos recordarán las palabras de Jesús recogidas por el evangelista Marcos: “Convertíos y creed en el Evangelio”. Es el anuncio del reino de Dios que está cerca; siempre lo ha estado, nunca debemos olvidarlo. 


De la gloria a las cenizas. La ceniza que se empleará en la liturgia de este día, procede de la quema de las palmas y los ramos de olivo que fueron bendecidos el domingo de Ramos, rociada con agua bendita y ahumada con incienso. De la gloria y la alegría de aquella mañana jerosolimitana, cuando Jesús de Nazaret subió a la ciudad santa a lomos de un pollino, entre hosannas y gritos de júbilo, a las cenizas que nos recuerdan nuestra limitada condición humana. 

Vivimos en unos tiempos marcados por un signo fuertemente humanista. Somos orgullosos primates demasiado seguros de nuestras fuerzas. El hombre de este siglo secularizado, refiere el mundo tan solo a sí mismo. Es un humanismo científico que piensa que Dios es una hipótesis inútil. Humanismo antropológico que nos dice que Dios es tan sólo una proyección de nuestro psiquismo humano que busca la trascendencia en un foco infinito al que llamamos el Todo. Ilusión infantil, llamaba Freud a la idea de Dios, una alienación era para Marx, hasta que el pontífice del nihilismo que fuera Nietzsche, decretara la muerte de Dios y la entronización del superhombre. 

Pero estas tendencias que hoy dominan sobre gran parte del pensamiento moderno se estrellan con la finitud humana, con el dolor y la enfermedad, con el desamor y la soledad, con las guerras y las injusticias que no sabemos erradicar, pese a tantos proyectos humanistas que nunca acaban de concretarse. 

Y, en medio de tanta seguridad, flota el hastío de nuestros conciudadanos, ahítos de bienes temporales, pero incapaces de acallar ese lamento que grita desde sus entrañas la fatal castración de su sentido de la trascendencia. Y, además, por si faltaba poco para tanta soberbia, está la muerte, gran señora, cuya presencia se silencia y maquilla para ocultar el gran fracaso de la vana antropología creada por el hombre moderno, racionalista y escéptico, relativista e incrédulo que, por no creer, no termina de creer ni en él mismo. 

Esas son nuestras “cenizas”, nuestras limitaciones. La pretendida gloria humana queda en nada sin la presencia de Dios en nuestra vida. Por eso nos recordarán en este día nuestra frágil condición. Y nos llamarán a buscar su reino comenzando a construirlo en esta tierra hasta que todo sea recapitulado en Él como afirmaba Pablo de Tarso. Un reino de justicia, amor y esperanza. Un reino que no es político. Ya se lo explicaba el Papa Ratzinger -gran teólogo no lo olvidemos- a sus alumnos de Ratisbona hace treinta años, cuando les decía: “El reino de Dios no es norma política de lo político, pero sí que es norma moral de lo político”. 

Vendrá Jesús caído desde el viejo barrio hasta la Catedral, vigilados sus pasos por Venus, el lucero vespertino, en esa bella estampa cofrade de una imagen de nuestra Semana Santa congregando en torno al Presbiterio catedralicio a los fieles para dar comienzo la santa Cuaresma. Muchos años tardamos en renovar la antigua costumbre. Esperemos que no se interrumpa en lo sucesivo esa secuencia. Sería lamentable. 

Los cofrades magdaleneros acompañarán el regreso, en Vía Crucis, de su imagen bendita, que tantas devociones suscita en el barrio y el cielo será el primero de los lirios de nuestra cuaresma en el cortante crepúsculo de la ciudad. Y al contemplar el cuerpo ensangrentado de Jesús caído por el peso de la Cruz comprenderemos los cofrades, una vez más, que su humanidad es el lugar de encuentro entre el hombre y Dios.

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