Me contaba una vez un amigo que con lo fácil que a veces es hacer un regalo, otras, en cambio, y según a la persona que vaya dirigido puede resultar hasta preocupante, en esas atenciones de cumpleaños, onomásticas u otros eventos a un familiar, amigo o conocido. Casi siempre con un buen marco para fotografías o una novela de un gran autor se pueden solucionar las cosas con un precio asequible y uno suele quedar bien.
Sin embargo, se complican las decisiones cuando debemos hacerlo a un jefe o persona con la que no tengamos mucho trato o le debamos algún favor, porque según el regalo que le hagamos así nos pueden conceptuar.
¿Pero qué presente hacerle a una persona distinguida a la que apreciamos? Eso casi siempre suele ser difícil o por lo menos complicado. Y todo ello salió en conversación entre las personas que nos solemos reunir para tomar una cerveza y charlar un rato, en que uno de los contertulios nos contó a esos efectos cierta experiencia que tuvo, creyendo desde entonces que lo más socorrido siempre es regalar un buen libro, porque cuando la persona sea culta y sensible seguro que lo leerá, y de lo contrario pasaría a engrosar los otros libros que tuviese en la librería del salón o cuarto de estar, que tampoco estaría mal, y eso le da cierta importancia a la mirada del visitante.
Nos habló de su caso y fue que en años anteriores estuvo recibiendo clases de inglés, porque necesitaba perfeccionarlo para poder optar a un cargo de mayor categoría en la empresa en donde trabajaba ya como ejecutivo, y entró en una academia en donde la profesora era una mujer de unos cincuenta y cinco años, inglesa, viuda desde los treinta, que un día decidió hacer un recorrido por Andalucía con unas amigas, y se enamoró tanto del clima, colores y perfumes naturales que decidió quedarse a vivir en este Sur de España.
En ese primer año que estuvo recibiendo clases de ella, un día se comentó que a la semana siguiente era el día de su onomástica al llamarse Margaret, por lo que los alumnos solían hacerle un regalo, y él que era muy poco dado a eso, porque tenía hasta dificultades para hacerlo a su mujer, se le creó un problema, así que al pasar por una librería estuvo mirando el escaparate y al ver el libro Veinticuatro horas de la vida de una mujer de Stefan Zweig, por él leído dos veces, cuyo autor mucho le gustaba en sus narraciones, y pensando que la protagonista tenía cierta similitudes con la profesora, decidió adquirirlo para que ese fuese su regalo, aunque estuvo un día preocupado pensando si la novela le gustaría o pudiera sentirse hasta ofendida al establecer ella un paralelismo con su personalidad y la de la protagonista, mujer algo aventurera.
El mismo día de su onomástica fueron todos los alumnos en total catorce dejando su regalo en la mesa de la profesora antes de que ella entrase, y muy afectuosa lo primero que hizo con una afable sonrisa fue darles a todos las gracias, y como si nada comenzó la clase aquel viernes.
Al lunes siguiente les fue dando las gracias uno a uno mencionado el regalo recibido, y fue cuando supuso que el suyo se le habría perdido, no fue abierto todavía, no le causó ninguna sensación, o estuviese molesta, por eso de su parecido con la protagonista, pero momentos antes de terminar la clase se dirigió a él para que esperase unos minutos.
Y fue entonces cuando le dijo que el regalo de aquella novela le había agradado mucho, ya que ella era una gran aficionada a la lectura, y el comportamiento de esa mujer, bastante liberal, en aquellos tiempos, le había impactado favorablemente.
Y hay cosas que parecen mentira que sucedan, pero a partir de entonces aquella mujer se interesó para que él aprendiese lo más posible, y en aquellos dos años de clases, consiguió lo que pretendía, aprender bien el inglés, de tal manera que ya pareciese al hablar uno de ellos, lo que después le valió mucho para su carrera dentro de la importante empresa.