Cuando digo escritores desconocidos no me refiero ahora a los noveles, ni tampoco a esas personas a las que les gusta escribir esporádicamente algún artículo de opinión o sobre un tema cualquiera con más o menos trascendencia en un periódico o enviar un cuento a un determinado concurso literario, sino a esos narradores de relatos o novelas, que ya han demostrado muchas veces que saben escribir bien, que han publicado muchos artículos de opinión y literarios, relatos, ensayos, tres o cuatro novelas teniendo todavía media docena de ellas inéditas y también haber conseguido varios premios literarios de cierta importancia, pero ya está, ahí queda todo, aunque se continúe y avance en lo mismo de siempre, sin conseguir algo más importante en el mundo de las Letras, ni haber sido aceptado bastantes veces, sólo en dos o tres casos, por las editoriales a las que se ha dirigido.
Y, sin embargo, cuántas estupideces se suelen leer en novelas y relatos de ciertos escritores cuyos nombres suenan mucho y figuran en los escaparates de las librerías.
Y es cuando a uno le obligan a pensar en ese dicho de: “Ni son todos los que están, ni están todos los que son”.
Hay muchos escritores en España que luchan denonadamente para que se valore su producción literaria, los que viviendo en provincias, no en Madrid o Barcelona –emporios literarios nacionales–, al no tener contacto directo con los medios intelectuales, y eso les frena en sus intenciones al saber que los originales que se reciben en la mayoría de las editoriales, aunque sean buenos, que no son leídos, irán a reposar por cierto tiempo a unos determinados cajones, para volver a su procedencia con una escueta carta, casi siempre el mismo texto y bastante frío en donde se expresan las excusas por sistema, sino ¿cómo puede ser que una misma novela, o un número considerable de ellas, hayan sido rechazada por diez, quince, veinte o treinta editoriales y después, presentada a un concurso nacional de categoría consiguiesen el primer premio o llegasen a ser finalistas?
Y estos escritores desconocidos se afanan y escriben por tener esa vocación ya de nacimiento, encontrando gran satisfacción en lo que hacen, y eso parece suficiente para ellos, llenos de inquietudes, esperanzas, ilusiones, hasta que pasada la decepción se enredan en otros trabajos literarios, tal vez resignados a sus destinos, esperando que alguna vez sean acariciados por las musas inspiradoras, únicas aliadas en su quehacer literario, y también que la suerte les depare esa oportunidad que siempre parece estar lejana.
Y eso mismo que sucede en la Literatura es casi igual que lo que sucede en las diferentes artes, que hay quienes valen mucho y se les conoce poco, y, sin embargo, son aquellos que están en los lugares más propicios a las Letras y a las Artes, los que consiguen medrar, buenos y no tan buenos en sus respectivas actividades.
Y eso es una pena, porque en esas determinaciones se pierden muchos valores que podrían haber llegado a ser conocidos y haberles dado a las Letras y a las Artes unas grandes valoraciones.
Y a algunos se le reconocen esos méritos después de fallecidos, porque los herederos, con ciertas influencias, lo movieron, dándose entonces cuenta que aquel hombre o aquella mujer hubiese tenido un puesto en las Letras o en las Artes muy digno de tener en cuenta y que comparados con algunos de aquellos que estaban, o estuvieron en el candelero, son bastantes mejores.
Pero parece ser que en las Letras y en las Artes, el que tiene padrino se bautiza y el que no se queda moro.
Cosas de esta vida, de nuestra sociedad, que son como son, porque no hay personas idóneas para desempeñar los cargos que se les asignan, y a partir de ahí todo anda mal, solamente con apariencias, y como sabemos las apariencias muchas veces son engañosas.