El color de la pasión

Publicado: 24/03/2009
"Olía a tierra mojada. Algún débil estampido rodaba los cielos, en la lejanía, por las alturas de los Grajales, en dirección a Granada. El ocaso se había vestido del color de la pasión lo que anunciaba un día espléndido en el próximo amanecer."
Olía a tierra mojada. Algún débil estampido rodaba los cielos, en la lejanía, por las alturas de los Grajales, en dirección a Granada. El ocaso se había vestido del color de la pasión lo que anunciaba un día espléndido en el próximo amanecer. 

Bajábamos a los cultos de la Cofradía del Perdón en Cristo Rey y las cábalas meteorológicas era el tema de nuestra conversación. Éste año parece que no vamos a tener las temidas lluvias, la consiguiente suspensión de la procesión. 

Será el momento de salir a la calle para expresar nuestra fe en unos tiempos donde ya casi nadie expresa nada porque cualquier cosa tiene valor, o no lo tiene, dependiendo de las circunstancias. Nuestra creencia, lo tiene siempre. Lo ha tenido desde que la tierra del Calvario quedará roja de su sangre y lo tendrá hasta las postrimerías escatológicas y definitivas. 

Siempre he admirado el altar de cultos que diseña esta cofradía en la Cuaresma. El de este año impresionaba por el conjunto y por los detalles. Jesús del Perdón me sigue pareciendo una de las imágenes más expresivas de nuestra imaginería local. El sagrado color de la pasión brotaba como una ramo de rosas de Mayo de sus carnes laceradas por el flagelo. Cuarenta cirios de color sacramental, apasionado, alumbraban la escena. 

Hablaba el oficiante en su homilía de fraternidad en unos tiempos de francotiradores en los que los usos sociales de la época - deprimentes por otra parte - invaden también el mundo de las cofradías en el que me sigue pareciendo que el único valor debe ser la comunión entre iguales, la armonía y la posesión de un único corazón que lata al mismo impulso; el de la fe. 

Y el dosel escarlata, rojo de pasión, acogía el misterio representado. Sobre la dorada columna de la flagelación los cofrades, con un sugerente simbolismo, habían colocado el cáliz sacramental, rebosante de su sangre redentora. 

Aquella que se derramó de sus carnes fustigadas por las bolas de plomo del flagelo y de las heridas de su cabeza, manos y pies en la cruz. A un lado, el Guión de la Hermandad, tinto en la misma sangre redentora. 

El color de la pasión en la tarde del segundo día de primavera. Y al principio del culto, un comunicado de la Hermandad en que se hacía un encendido canto a la vida, porque nuestra fe es una fe viva. Es fe en un Señor, rey de la vida, que ha vencido para siempre a la muerte. Muchos no quieren que los cofrades nos pronunciemos sobre este tema hacia el cual somos especialmente sensibles. Pero lo haremos. 

No estamos en las catacumbas sino en una sociedad libre. Nuestra fe no está reducida, como quisieran, al ámbito de lo privado, sino que informa la totalidad de nuestro existir. No podemos separar nuestra creencia de nuestra vida cotidiana porque creemos en algo que le da sentido a todo lo demás. No condenamos a nadie - Cristo se hizo hombre para salvar al mundo, no para juzgarlo- pero gritamos claramente que hay que apostar por la vida en cualquier momento. 

El nasciturus es un ser vivo al que no se le puede negar - en base a una normativa legal - el derecho a su nacimiento. El carácter indefenso de la vida prenatal nos moviliza aún más en su defensa. Ninguna ley humana, ninguna pretendida libertad personal puede decidir sobre la existencia. 

Aún hay claridad exterior al salir del culto. Lirios celestes han pintado las rosas en el pebetero de la noche. Pronto lucirán sus galas los plataneros del Paseo y los misterios procesionales del Perdón, Amor y Esperanza, enfilarán su incensada proa hacia el sur de la ciudad, tras dos años de ausencia, para que, creyentes y no creyentes, puedan contemplar como el rey de la Vida, ofreció generosamente la suya y venció para siempre a la muerte y sus sombras. 

Entonces vestirá el corazón jaenero el color de la pasión

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