Gaviotas negras

Publicado: 12/04/2015
Allí recordaba el niño-hombre la captura de las mojarras, las serpenteantes anguilas, y sobremanera, la presencia de los chocos en el mismo rompeolas de la ría
El viejo sol caía vencido vespertinamente, por encima de los enfermizos eucaliptos que alinean el camino de la Punta del Sebo. El vaho de las fábricas formaba pequeños “cirros” y se alejaban camino arriba, en un cimbrear lento, pausado, como un columpio sin travesuras. El poscrepúsculo se estaba gestando lentamente. El niño-hombre, desconocía ya esta parte ancestral de Huelva, recordaba la playa de la Gilda, La Fuente de las Naciones, La antigua Comandancia de Marina, recordaba al “Colorao”, “El lepero”, “El caballo” y a tantos otros chiquillos del barrio, que atravesaban las arenosas y desérticas  marismas de la Pista, sorteando sus esteros, bajo un sol tórrido  para echar los “zarcillos”, o los aparejos, en el improvisado muelle del almacén de Butano. Allí recordaba el niño-hombre la captura de las mojarras, las serpenteantes anguilas, y sobremanera, la presencia de los chocos en el mismo rompeolas de la ría, vencidos sobre la arena por la fuerza de los aguajes.  El paisaje del niño-hombre no se había roto, más bien se encontraba bajo el dominio de las últimas contorsiones. Los eucaliptos, enfilados, escuálidos, permanecían hieráticos, en una desnudez obligada y molesta. La totalidad del paisaje había cambiado, y el niño-hombre, buscaba afanoso en este nuevo reencuentro con el lugar, ese vuelo cautivador, lento que embelesa de las gaviotas en su tiempo de estudiante, aquellas que plasmó en una décima espinela: /Gaviotas, ¿qué quereis?/Qué os mire y que os cante/qué mis pupilas levante/por ver como os perdéis/Gaviotas, ¿qué queréis?/que yo deje de soñar/que mire otra vez al mar/que olvide a mi dulce amada/ingrata ave, alocada/idos de nuevo a la mar”.  No estaban las gaviotas del niño-hombre, sobre la caída de la tarde, un montón de movimientos ondulados, se confundían sobre el gelatinoso fango de la orilla. Más bien parecían ratas gigantes. El niño-hombre tuvo la osadía de pisar la arena de la ría en una aleación penetrante de brea, gasoil y alquitrán, para conocer de cerca aquellos movimientos que, instintivamente, parecían ocultarse en el umbral de la noche. La marea había descendido tremendamente y los movimientos ondulados se pronunciaban más y más, y se extendían, abriéndose en cadena y elevándose con trabajo,  en pequeños saltos. Con la arena y el negro fango de la ría, pegado hasta la tibia, me aproximé, y las gaviotas elevaron anárquicamente sus vuelos inconcretos, espantadas. Eran gaviotas ennegrecidas,  enfermizas, con un plumaje de fijador. No eran las gaviotas  del niño-hombre, aquellas que antaño por su belleza fueron objeto de su sensibilidad de poeta. Estas gaviotas, con su presencia, dañaban el ánimo, a estas sí, como dice el poema, habría que mandarlas para siempre a la mar para su supervivencia.

© Copyright 2024 Andalucía Información