El colmo del no va más en la contradictoria contradicción del capitalismo. Y el buen escritor acusaba a Sevilla de “odiar al guiri tanto como lo necesita”. Pues la seguridad le ha salido rana y la rana del intento de desprestigiar a la ciudad lo ha dejado en el mayor ridículo. O es cosa del estilo. El que tiene Sevilla para capear temporales y seguir luciendo, pese a ser la ciudad peor tratada de las Españas. Por la crisis y por quienes venden habernos sacado de la nefasta miseria traída por quienes pueden traerla, y de la que ellos tampoco han salido, pero porque nunca habían entrado. Cuando decidieron limitar las costas de la península a la “categoría” de parque temático, debían haber pensado en las consecuencias. Y puede ser que lo pensaran, pero el diseño no se atenía a efectos posteriores, se quedaba en eso. No se exagera; no es entelequia. Ningún gobierno ha hecho nada por el desarrollo industrial, lo único que crea riqueza duradera y una base económica estable. Sólo se han preocupado del “monocultivo” turístico, como si de ello dependieran sus propias estancias vacacionales.
La consecuencia del turismo de mochila y tour operator ha saltado. Pero se veía hace mucho tiempo. Un turismo de muy escaso beneficio y segura problemática, marcada por su extracción social. Que en todas partes cuecen habas; el eterno dilema del “pan para hoy…”. En minoría, el grupo social se ve absorbido.
La mayoría es quien absorbe. Ese es el dilema de a quien atraer. El beneficio de unos cientos de propietarios de apartamentos, ávidos de ingreso rápido, imposibilita la habitabilidad a los nativos, y no justifica los perjuicios de la super-saturación. ¿Habrá que imponer “númerus clausus” al acceso de turistas a determinadas poblaciones? Mejor menos presumir de cantidad, como vienen haciendo algunas, hoy cansadas de la saturación, y más dirigirse a un público de mayor capacidad adquisitiva, un turismo no afecto al “todo incluido”. Una mayoría de turismo bullanguero -por llamarlo de forma amable- puede acabar expulsando al de calidad. Una mayoría de calidad controlaría al primero.
En Andalucía estamos a tiempo, pues todavía no ha llegado esa masificación, el interior, más a salvo, pues poco mochilero o borracho atrae la cultura. Pero en el interior y en la costa es necesario el control de arrendamientos, que no todo vale como se está viendo en las islas y frente a las islas. De todas formas, el “reventón anti-guiri” ha dejado al aire la miseria del sistema: no sobra el turismo, sobra el del “todo vale” y faltan otras soluciones. Sería mejor menos dependencia de un sólo sector, en este caso estacionario y cambiante. La economía ganaría en estabilidad y liquidez, si se diversificara y se apoyara en sectores generadores de valor añadido, en vez de atarse al vaivén turístico. Pero eso requiere esfuerzo, competitividad, capacidad de cooperación, y menos sumisión a las grandes corporaciones, enemigas de la competencia en espacios físicos como el español, y sobre todo el andaluz, condenado por los conquistadores medievales a la dependencia, condena ratificada por los nuevos conquistadores detentadores del poder económico y, merced a él, del político.