De chiste

Publicado: 13/08/2009
¿Recuerdan aquel chiste del que va conduciendo y pone la radio y ésta dice: “tengan cuidado, que hay un automovilista que va en sentido contrario por la autopista”, a lo que el hombre responde: “¿uno?, no, todos?... Pues a veces me parece que voy por la vida así, en sentido contrario y con todo el mundo circulando por otra vía, diferente a la mía. Y…¿por qué?, me podrían decir ustedes, y yo les intentaría explicar que tengo una amiga en una residencia que no va los domingos a misa, de lo cual se asombran mucho las demás internas, porque creen, que, el ser ateo o agnóstico es incompatible con que se ayude a los demás, en lo todo lo que pueda. También me parece a mí, de coña barbera, que la gente se asombre de que los homosexuales sean buenas personas y caritativos y lo prediquen a boca llena, sólo cuando les hayan ayudado, a ellos, en un determinado momento, de dificultades físicas o emocionales.


Y es que la vida es muy rarita, miren si no la que se está liando con lo de la gripe de las narices, que no sé ustedes, pero yo no paro de recibir correos, de que si han muerto tantos y se esconde los que son en realidad y también de que el tamiflu, ni flu ni fla y que esto no es más que una maniobra de los laboratorios, que se quieren hacer de oro.

Yo, que quieren que les diga, ando un poco estirada de pellejo, no, no es que me haya hecho la cirugía, que no estaría mal, no vayan a creerse, sino que ando mosqueada y confusa y no sé muy bien con qué carta quedarme, porque la muerte galopante, en manos ajenas, derivadas de estornudos y babas, acechante, en cada una de tus conocidos, frente al lema de “no des la mano, ni beses, tan sólo di hola”, es un poco para perder las ganas hasta de salir a la calle y más parece de película de serie catastrófica.

Así, ya me dirán qué panorama tenemos, los que intentamos sacar resuello de trabajar y que te paguen una miseria, de que tus hijos te digan que ya estás más pasado de moda que el miriñaque o de que veas que los meses de verano para los viejetes no son más que aparcadero en residencias, donde esperan pasar el tiempo rápidamente, mientras regresan sus hijos de las vacaciones y el alzheimer, maldito, les da turno de entrada, en el infierno de la desmemoria.

Los seres humanos somos muy complicados, rastreros y cobardes y capaces, al mismo tiempo, de hacer grandes cosas.

Los voyeristas de la vida, como es el caso de todos aquellos que nos deleitamos con la visualización de ella, sólo palpamos la realidad de los demás, dejando –casi privada– la nuestra, convergiendo la de otros, en páginas de periódicos, manoseadas y embabadas, por la curiosidad, el hastío o la socorrida información, para luego abandonarla, prestamente, por otra, más reciente y entretenida, que nos deje mejor sabor de boca y más lectores voraces. Pero hay veces que desearíamos poder cambiar las cosas, veces, que nos enfadamos sin remedio, veces, en que nos gustaría que ese hombre de mediana edad, sin uniforme de la Cruz Roja, que se acerca a un viejete, deslucidamente sentado, en una plazoleta sin nombre y le tiende un bocadillo, con manos de hijo amoroso, se multiplicase y fructificase, como sólo saben hacerlo las malas yerbas, igual que lo hacen los podridos de dinero, que fantasean con la caridad, para cubrirse los lomos con Hacienda... Pero, no se me asusten, que sólo es un instante que olvidamos todos al momento, igual que pasamos página del comentarista que no nos gusta o de la noticia que nos amarga la comida o el aperitivo, porque es mejor voltear el cuerpo en la toalla y empezar a broncearse la espalda, antes que mirar fijamente al sol, a costa de quedarte ciego, que, al fin y al cabo, la verdad, no sólo molesta, sino que además ofende y encima ni produce, ni fructifica, sólo y , jodidamente, escuece.

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