Entre la leyenda y el aura romántica del gángster

Publicado: 01/09/2009
ENEMIGOS PÚBLICOS (Public Enemies)
Calificación ** 1/2 
Dirección: Michael Mann.
Intérpretes: Johnny Depp, Christian Bale, Marion Cotillard, Billy Crudup, Stephen Dorff, Stephen Lang, James Russo, Giovanni Ribisi, Leelee Sobieski. EEUU. 2009. 144 minutos.

Michael Mann, que contribuyó a renovar el panorama de las series de ficción televisivas en la década de los ochenta, ha pretendido contribuir a su vez, en su trayectoria como realizador cinematográfico, a la incorporación de nuevas técnicas narrativas, vinculadas en sus cuatro últimos trabajos -desde Alí a Enemigos Públicos- al rodaje con cámaras digitales.


Esta última ha sido rodada íntegramente con este sistema, facilitando al autor de El dilema una mayor libertad de movimientos a la hora de planificar las secuencias y proceder al tratamiento de las imágenes con mayor precisión.

Sin embargo, y por fortuna, esa predilección por la innovación técnica y, sobre todo, tecnológica, no va ligada al catálogo estético del exceso al que se encuentran encomendados los nuevos creadores de Hollywood.

A Michael Mann le gusta tomarse su tiempo, gustarse en el desarrollo de los momentos clave de sus películas y hacer pública su predilección por otro tipo de cine que, en el caso de este nuevo trabajo, vuelve su mirada al género estrella de los años treinta, el cine de gángsters.

Lo hace desde el terreno de la épica y la leyenda con la que fueron retratados cada uno de los personajes que tomaron cuerpo en aquellos trabajos, desde Scarface a Al rojo vivo, pasando por Los violentos años veinte o El enemigo público número 1.

Pero Mann va un poco más allá y profundiza a su vez en el aura romántica de uno de los más emblemáticos, John Dillinger (Johnny Depp), y completa la ecuación dotando de entidad específica al agente encargado de seguirle los pasos, Melvin Purvis (Christian Bale), a través del cual introduce otros enfoques interesantes, como el interesado juego propiciado desde el FBI en la persecución de los delincuentes más peligrosos del país.

La sobriedad en el estilo y la elegante conjunción de los personajes y tramas que se van abriendo paso a lo largo del filme, componen el principal acierto de un trabajo en el que su director, por otro lado, sigue fiel a la concepción dramática y emocional de determinados momentos y, en especial, de la secuencia final. Le salió bien en El último mohicano y, desde entonces, persiste en una opción que, en este caso, no resulta tan depurada a causa de un montaje en el que no parecen encajar bien los puntos de vista; una carencia que hay que sumar a su falta de ansia por atrapar al espectador.

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