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Azúcar, más allá del bien y del mal

Isabel Martínez Pita | EFE Alberto García y Emilio Aranda, profesores titulares de la Escuela de Ingenierías Agrarias de la Universidad de Extremadura y expertos en nutrición y formación de los alimentos, explican a EFE los beneficios y perjuicios de este alimento, el azúcar, que ha estado presente en la alimentación humana toda la vida […]

Isabel Martínez Pita | EFE Alberto García y Emilio Aranda, profesores titulares de la Escuela de Ingenierías Agrarias de la Universidad de Extremadura y expertos en nutrición y formación de los alimentos, explican a EFE los beneficios y perjuicios de este alimento, el azúcar, que ha estado presente en la alimentación humana toda la vida y es componente principal en algunos productos naturales como la futa.

Sin embargo, Alberto García especifica que “como azúcar refinado se empezó a implementar a partir de las explotaciones de caña, principalmente en Cuba y en países sudamericanos, pero hay otras fuentes de producción de azúcar como ingrediente aislado, como es la remolacha, sobre todo utilizada en Europa”.

UNA DE LAS PRINCIPALES FUENTES DE ENERGÍA.
“Los azúcares simples (fructosa, glucosa y lactosa) han estado presentes en la dieta humana desde tiempos ancestrales, ya que el hombre es omnívoro, y el consumo de estos azúcares simples son una de sus principales fuentes de energía”.

Emilio Aranda añade que “el consumo de azúcar depende de la situación fisiológica de la persona. No es lo mismo, por ejemplo, una persona con una vida normal que un deportista, cuyos requerimientos de azúcares simples son fundamentales, sobre todo los que hacen deporte de larga duración, para los cuales el azúcar simple que se ingiere durante el evento es fundamental”.

Hace un siglo aproximadamente se consumían cereales y legumbres como principal fuente de hidratos de carbono o carbohidratos, y el consumo de carbohidratos o azúcares simples era mucho menor.

“Hoy hemos empeorado la dieta porque comemos menos hidratos de carbono a costa de comer proteínas (carne, pescado, huevos, lácteos) y también estamos comiendo muchos más azúcares simples, denominados así porque su estructura es mucho más simple y son descompuestos rápidamente por el cuerpo para ser usados como energía”, enfatiza Aranda, para quien, los azúcares simples más saludables son el de azúcar de caña y el azúcar refinado.

Los carbohidratos o azúcares complejos (almidones) se descomponen en glucosa de forma más gradual, por lo que son absorbidos por el organismo más lentamente y el aporte energético es más progresivo. Están presentes en alimentos como las verduras con almidón, cereales integrales, arroz, panes y cereales, y ambos, simples y complejos, pertenecen al grupo de los carbohidratos o hidratos de carbono.

LÍMITES A LA BOLLERÍA INDUSTRIAL.
En cuanto a la bollería industrial, García indica que la legislación ha impuesto límites debido a los azúcares, por un lado, y también al tipo de grasa saturada de origen vegetal que incorporaban, y que suponían un problema desde el punto de vista sobre los altos niveles de colesterol, acumulación de grasa en arterias, etc.

“La incorporación de grasa y azúcar a la bollería o a otros productos hay que contextualizarla, es decir, debe estar limitada, pero al azúcar como tal no se le puede demonizar como un alimento malo. Lo bueno o lo malo está en la dieta y, en ese sentido, hay que comer de manera equilibrada porque caben todos los nutrientes, entre ellos los azúcares simples, pero cualquier componente en exceso también tiene factores negativos y en el azúcar es obvio”, mantiene Alberto García.

“El azúcar es necesaria no sólo en el aspecto de nutriente, también desde el punto de vista tecnológico y desde el punto de vista sensorial. El carácter dulce en muchos alimentos está asociado a los azúcares simples, pero pueden ser sustituidos por edulcorantes artificiales, aunque los matices del dulce no son los mismos sensorialmente”.

Además, según García, desde el punto de vista tecnológico, en el proceso de fermentación los azúcares son necesarios para que se produzcan dichos procesos, por ejemplo, como captadores de humedad para evitar que muchos alimentos se estropeen debido a los microorganismos, características que no tienen los edulcorantes.

“Es cierto que hay que poner límites al consumo de azúcares, pero el camino no es intentar sustituir los azucares en los alimentos, si no saber qué cantidad de azúcar tienen y contextualizarlos en la dieta”, subraya Alberto García.

EDUCACIÓN PARA PALIAR LA OBESIDAD INFANTIL.
Por su parte, para Emilio Aranda “la obesidad infantil no es únicamente un problema de consumo de azúcar. Nosotros tenemos una necesidad energética en función de nuestras actividades y en base a eso deberíamos de comer para equilibrar esas necesidades. Lo que ocurre es que el gasto energético que teníamos hace generaciones no lo tenemos ahora, porque se hace una vida más sedentaria y al comer se engorda más”.

Y Alberto García enfatiza que “la tendencia de intentar sustituir los azucares simples por otros elementos edulcorantes que puedan sustituir a los azúcares puede ser una estrategia, pero tiene un límite”.

García considera que hay que abogar “por una educación social, más que intentar intervenir en alimentos, es decir, antes que intentar elaborar chuches saludables y que el niño siga comiéndolos, yo creo que hay que concienciar a los niños que el consumo de chucherías es limitado y que debe compensarse con otros alimentos”.

“Creo que la educación alimentaria y la cultura del deporte son fundamentales, junto con un consumo equilibrado y una dieta saludable que van asociados a un estilo de vida saludable”.

“El azúcar no es mala -continúa Emilio Aranda- pero el sobreconsumo si lo es, incluso el sobreconsumo de agua también es malo, lo que pasa es que la sociedad está enfocada a un estilo de vida de comidas rápidas donde prevalecen las grasas y los azúcares, porque, realmente, es lo que más nos gusta, ya que nos proporcionan energía por necesidad fisiológica igual que a los animales”.

“Todo lo que te provee energía es lo que más nos gusta, un alimento con mucha grasa gusta más que un alimento con menos grasa porque nuestro organismo está programado para que nos guste la grasa o el azúcar”, según el ingeniero agrario Alberto García.

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