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Benedetti, el poeta que hubiera querido ser campeón mundial de ping pong

Lo dijo Mario Benedetti y no sabemos de quién habla: «Atajó tres penales y un estornudo». Podría ser de un profesional o de él mismo en sus tiempos de portero, esos que disfrutó de niño antes de encontrar en la pluma su vocación y en la raqueta una habilidad especial. El escritor uruguayo, de cuyo […]

Lo dijo Mario Benedetti y no sabemos de quién habla: «Atajó tres penales y un estornudo». Podría ser de un profesional o de él mismo en sus tiempos de portero, esos que disfrutó de niño antes de encontrar en la pluma su vocación y en la raqueta una habilidad especial.

El escritor uruguayo, de cuyo nacimiento se cumplen 100 años el 14 de septiembre, fue un claro ejemplo, como su compatriota y gran amigo Eduardo Galeano, de mostrar que la intelectualidad y el deporte pueden ir de la mano. Sin duda, a él le apasionaba y por ello lo usa como tema en su literatura y lo practicó en su vida.

La natación y las caminatas entre rocas eran dos pasiones de este gran hincha del Nacional uruguayo -tanto que, medio en broma medio en serio, se molestaba si alguna edición de sus obras llevaba los colores amarillo y negro del eterno enemigo, Peñarol- y algo que pocos saben: era casi invencible en el ping-pong.

También jugó baloncesto y logró buenos resultados el atletismo. De hecho, ganó una competición de 800 metros lisos, que luego recordaría en su poesía.

EN LA PORTERÍA DEL TAPETE VERDE

De niño, en una azotea de tejados altos y jugando con amigos, en el barrio Capurro de Montevideo, que tanto amó y mostró al mundo en sus textos, descubrió su pasión por el fútbol, según le contó años atrás en una entrevista a la revista argentina El Gráfico.

En el tapete verde, «liso, regular, aterciopelado y estimulante», tal como definió al campo de juego en el cuento «El césped» («Despistes y franquezas», 1989), ocupó la que para muchos es la posición más difícil e ingrata que tiene el balompié: la portería.

En la práctica de ese deporte, en el que Benedetti confesó que no era bueno, su peor recuerdo fue un gol que le hicieron tras recibir un pelotazo en el estómago que le hizo desmayar.

A los siete años, seguramente con la magia que tiene para un niño el pisar por primera vez un estadio lleno, el escritor vivió entre goles una aventura pintada de celeste.

En la Plaza Libertad, esa en la que en el poema «Las baldosas» («Noción de patria», 1962-1963) dice que «en primavera algunas hojas caen tan sólo para confirmar la regla», disfrutó junto a su padre, Brenno Benedetti, el minuto a minuto de la semifinal olímpica que la selección uruguaya de fútbol jugó en 1928 -competición en la que saldría campeona-.

Dos años después, y con la misma compañía, el chico llegó hasta la puerta del estadio Centenario, el monumento histórico del fútbol, para ver el debut de la Celeste en el Mundial, pero una avalancha de gente le mostró tarjeta roja a su intención de ingresar.

Donde sí estuvo el escritor fue en la rambla de Montevideo, lugar por el que desfilaron ante sus ojos los campeones de 1950, esos que dieron la campanada en Maracaná derrotando a Brasil, encabezados por el capitán, Obdulio Varela.

Esto, sumado a la terapia que hacía los fines de semana con sus visitas al estadio, donde desde la tribuna disfrutaba de ver «el racimo humano de los vencedores» y «el drama particular de cada vencido», como describió en «El césped» a los futbolistas tras acabar un juego, seguramente le sirvió como estímulo para dedicar al fútbol pequeñas pero cuidadas piezas de su colección literaria.

DEL 11 AL 10

Fanático del «lento» y «creativo» fútbol de antes, Benedetti resaltó las lealtades y traiciones en una cancha de un barrio «de hacha y tiza» en el cuento «Puntero Izquierdo» («Montevideanos», 1959), donde entre golpes, trifulcas y muerte, describió «las que se arman» en canchas, donde para jugar «hay que tenerlas bien puestas».

También le dedicó el poema «Hoy tu tiempo es real» a Diego Armando Maradona, un futbolista que con el gol con la mano que le hizo a Inglaterra en el Mundial de México 1986 le dio al uruguayo «la única prueba fiable de la existencia de dios».

«No importa lo que digan los espejos / Tus ojos todavía no están viejos», le dijo al argentino y le agregó: «Vida tuya tendrás y muerte tuya / Ha pasado otro año, y otro año / Les has ganado a tus sombras, aleluya».

Esta poesía es parte del enorme repertorio del uruguayo, quien seguramente hoy no estaría feliz con la situación del fútbol mundial, ya que para él un estadio vacío, como los que se ven en época de pandemia, es «un esqueleto de multitud».

Eso muestra, sin dudas, la pasión que sentía por el deporte Benedetti, que en una carta confesó que, de no ser escritor, hubiese querido ser campeón mundial de ping-pong, una historia que su habilidad con la pluma no nos permitió conocer. EFE

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