Hace más de veinte años, el historiador Gonzalo Álvarez Chillida, en su libro sobre José María Pemán indicaba lo siguiente: “La represión en la provincia de Cádiz por parte del bando sublevado, mandado en la zona por el general Varela, se cobró miles de víctimas, llegando a afirmar en agosto de 1936 que ‘en Cádiz no dejaremos un republicano ni nadie que huela a izquierda con vida’”.
Y es que el militar isleño tiempo atrás había sido un conspirador durante la II República (su papel en el golpe de Estado de Sanjurjo es incuestionable), organizó las milicias paramilitares del Carlismo (Requetés) o formó parte de la sublevación del 18 de julio de 1936.
De lo público a lo privado
Una vez finalizó la Guerra Civil fue nombrado Ministro de Guerra y recibió honores de sus propios compañeros de golpe. O como indica el historiador José Luis Gutiérrez Molina “era como funcionaba el mundo militar africanista, tomaban lo público como particular”. De esta manera, igual que usaban a jóvenes soldados como asistentes en sus hogares, desde los ayuntamientos franquistas se le regaló un cortijo a Queipo de Llano, un Pazo a Franco y en Cádiz, un chalet a Varela. Pero el origen de dichos ‘regalos’ son un tanto oscuros. Y el de Varela no es un caso distinto.
Varela toma con el poder de las armas la ciudad gaditana. En primer lugar, según apunta el historiador, se intenta financiar un monumento. Sin embargo no se consigue la recaudación suficiente. Al tiempo se le intenta regalar, también por suscripción popular, un chalet. Tampoco se consigue. A partir de entonces, y con la firma de Pemán detrás, se llevan a cabo visitas a los comercios de Cádiz, por parte de miembros de una Comisión. Será entonces, y solo entonces, cuando se consiga la colecta. Tuvo que pasar una década. Al poco tiempo sobrevino la fatídica explosión de 1947 que tenía como reponsables directos al propio ejército y que dejó afectada la estructura del chalet. Varela, parece ser, corrió a cargo con los gastos, puesto que ya era de su propiedad.
De lo privado a lo público
En Salamanca se encuentra el Centro Documental de Memoria Histórica. Allí se centraliza gran parte de la documentación que la dictadura franquista aglutinó en torno a la represión que ejerció sobre la población.
Mucho más cerca, en Jimena de la Frontera, se encuentra la Casa de la Memoria que gestiona el Foro por la Memoria del Campo de Gibraltar. Un lugar donde a través de exposiciones, seminarios, un archivo y biblioteca se intenta concienciar a la ciudadanía de la importancia de la Memoria Democrática.
Algo así ha ideado Carlos Campelo, especialista en Museos, para un proyecto que está realizando para la Diputación Provincial de Cádiz, y más concretamente, para su Servicio de Memoria Histórica. Campelo ha obtenido una beca de investigación con la que pretende proyectar una Casa de la Memoria en Cádiz. “En los últimos años se han nombrado Lugares de Memoria como el Castillo de San Sebastián o los muros de Puerta de Tierra, se han publicado libros, pero todo eso hay que unificarlo”, indica el investigador. Pero además , añade, “hay que facilitar la labor de búsqueda de información a historiadores o familiares”. Por todo ello pretende aglutinar en un solo edificio toda esa información que ahora se encuentra esparcida por distintos lugares del mapa nacional.
Y aunque originalmente el proyecto no señalaba el conocido Chalet de Varela como epicentro de la Casa de la Memoria de Cádiz reconoce que sería un lugar idóneo. Cerca, además, del Cementerio o de la antigua Plaza de Toros. Lugares ligados para siempre a los episodios de represión.
Qué mejor final para un inmueble conseguido a base de suscripciones poco voluntarias, que una Casa para todos donde la Democracia española, y su historia, se muestre tal como fue. Al más puro estilo de los museos europeos donde se muestran los horrores de los totalitarismos de la primera mitad del siglo XX.