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CinemaScope

'Lola', el retrato de una mujer irrepetible

Tras su brillante trabajo sobre El Palmar de Troya, Israel del Santo aborda con estilo y rigor la figura arrolladora y memorable de Lola Flores

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La última vez que Lola Flores apareció en la gran pantalla fue en la película documental -y monumental- Sevillanas, de Carlos Saura, realizada con motivo de la Expo 92, donde se proyectaba cada noche al aire libre. Los guiris no despegaban ojo del toque de Paco de Lucía y Manolo Sanlúcar, del cante de Camarón y Rocío Jurado, pero el momento en que aparecía Lola es como si les diera un vuelco el corazón.

Saura rodó aquella escena -copiada años después por Stephen Frears para el inicio de La reina- con un lento travelling que recorría los volantes del traje de la artista, que aguardaba sentada, mientras iba ascendiendo hasta enfocarla en primer plano para captar su perfil faraónico y racial, justo antes de girar el rostro para mirarnos a todos y lanzarse a interpretar un baile por sevillanas. Como para que no te dé un vuelco el corazón.

Ese movimiento de cámara apenas dura 25 segundos, pero encierra una gran verdad, la de una artista irrepetible, arrolladora, fascinante y única en su especie. Israel del Santo ha vuelto a ponerlo de manifiesto con una docuserie de cuatro episodios producida por Movistar+ en la que hace un somero y ameno recorrido por toda su vida con notable estilo y rigor, solo desvirtuado por determinadas concesiones que parecen buscar más la popularidad del producto que su auténtica aportación, como ocurre con la participación de determinadas celebridades de la música contemporánea que poco añaden sobre la figura de Lola, más allá de reconocer la admiración que le profesan y de aproximarse a su carrera desde la óptica tergiversada del presente.

Del Santo, que está desarrollando una gran carrera como documentalista, encumbrada el pasado año con su brillante relato sobre El Palmar de Troya, no solo ha rescatado grabaciones desconocidas y relevantes, sino que describe con precisión los hitos de una vida plena e intensa para ceñirse a lo que hay de verdad y de creación (invento) en torno a Lola, hasta el punto de desmontar la famosa frase -nunca registrada en la prensa neoyorquina- de “no baila, no canta, no se la pierdan”, pero también enriqueciendo la narración con unos excelentes fragmentos de animación para subrayar momentos trascendentales en la carrera de La Faraona. Y admitamos sus deslices, pero Lola, en su conjunto, se levanta sobre una necesidad, la de mantener vivo el legado artístico y vital de una mujer que 26 años después de su muerte sigue pegándonos un vuelco al corazón cada vez que la vemos en pantalla.

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