Se ganó al público por su cercanía. Michael Robinson fue campeón de Europa con el Liverpool. Y eso le dio ya el carnet de comentarista de fuste. Conocía la fontanería del fútbol y su acento inglés le permitió una empatía especial con el aficionado.
Le dio la vuelta a la forma de contar el fútbol con un equipo de trabajo espectacular. Un equipo del que siempre presumía en privado.
Fue una estrella de la televisión. De una tele, Canal Plus, por la que mereció pagar por verle. Le gustaba esa frase. Y le llenaba de orgullo. Sería injusto recordarle sólo por su labor televisiva.
El deporte español está en deuda con él. Su labor en la radio los fines de semana, en su programa Acento Robinson, en la Cadena SER, dio aire a todos los deportes emergentes que se practican en España.
Le gustaba conocer cómo entrenaban los chicos y chicas en la residencia Blume, compartir conocimientos con sus entrenadores. Un futbolista atípico, lejos de la burbuja, que reconoció siempre el mérito de los deportistas españoles.
Jugó en Osasuna. Y cuando se habla del lado humano, un café con Robin siempre resultaba un show, él era puro entretenimiento. Me contaba que su primer impacto al llegar a Osasuna fue la "multifunción" de su entrenador. Pedro Mari Zabalza.
Su primera casa en Pamplona fue el hotel Ciudad de Pamplona. Allí, un señor muy amable, que era el director del hotel, le dio la bienvenida. Al día siguiente, se presentó en El Sadar a entrenarse. Y vio que el señor del hotel con traje, ahora vestía de chándal y era el entrenador también. Y es que Zabalza, técnico de Osasuna, era uno de los accionistas de la primera época de la cadena NH, que se fundó en Pamplona.
Y era ejecutivo del hotel. Se lo tomó con humor y pensó que la cultura española permitía este tipo de diferencias culturales y compatibilidad laborales. El detalle de Zabalza era uno más que sacaba una sonrisa a su interlocutor cuando repasaba su vida.
Le interesó siempre el relato de la superación. De las gestas, de las hazañas, de los deportistas. Y por supuesto, era feliz hablando del Liverpool. Sentado en el aeropuerto Ataturk de Estambul, esperando vuelo a Madrid, en mayo de 2005, después del mejor partido de la historia, la final Liverpool-AC Milán.
La remontada, con Steven Gerrard al frente y Dudek en la portería, le dio una de las grandes felicidades de su vida como comentarista. Se apagó la luz de Robinson, pero el brillo de su legado permanecerá para siempre en la memoria de los aficionados.