Todo lo que está sujeto a la ley del tiempo está condenado a morir y desaparecer.
(Duncan Thomas, University of Southern California)
Es posible que todos nos hayamos preguntado alguna vez si cuando dejemos este mundo terrenal nos habremos ganado el cielo o el infierno. Claro que para que ello ocurriera, primero deberíamos ser católicos, porque los ateos son agnósticos totales. Morir es un estado en el cual hay pérdida irreversible de la capacidad de conciencia, combinada con la pérdida, también irreversible, de la capacidad de respirar espontáneamente. Realmente no se sabe si después hay otra vida o no. Dicen algunos científicos que cuando fallecemos, durante unos minutos somos conscientes de que estamos muertos y no hay vuelta atrás. Sam Parnia, profesor asistente de medicina de cuidados críticos en la Universidad Estatal de Nueva York, donde dirige el proyecto de investigación "Resucitación" (Resuscitation Research), estudió casos y testimonios de personas que sufrieron un paro cardíaco y 'volvieron a la vida'. Parnia explica que muchas de estas personas explican que eran conscientes de que los médicos y enfermeros estaban trabajando a su alrededor, escuchaban sus conversaciones y veían cosas que estaban ocurriendo.
La muerte se interpreta de distinta manera según la sociedad o pueblo en el que se produce. Para los católicos, la muerte forma parte de la vida; no es una ruptura especialmente importante. El católico tiene fe en Jesús que dio su vida por nosotros para que un día resucitemos y tengamos vida eterna. ¿Tienes esa fe en Jesús y en la resurrección de los muertos? Esa es la clave. Para la cultura griega la muerte significaba el reinado de la confusión, la vuelta al caos primero, un no ser donde no existe nada, ni nadie porque quedan envueltos en tinieblas, sin rostro. Los romanos en cambio creían que, en el momento de la muerte, el alma, identificada con un elemento etéreo, un aliento vital, abandonaba el cuerpo e iniciaba su viaje al más allá. Un viaje que –como los realizados en vida– suponía enormes peligros para los que había que estar preparado y protegido.
Para el hinduismo, se trata de una simple transición. El cuerpo físico que alberga nuestra alma se marchita, y dicha alma encuentra un nuevo recipiente en otro cuerpo. En función de los actos cometidos durante la vida anterior, buenos o malos, el cuerpo que recibamos será mejor o peor. La muerte no es un castigo, es el comienzo de un nuevo ciclo, tan natural como dormir y despertarse cada mañana. En caso de alcanzar la santidad absoluta en alguna de estas reencarnaciones, el alma abandonará el mundo terrenal y entrará en el Suarga (conjunto de mundos celestiales); si, por el contrario, cumple una vida extremadamente malvada, también saldrá del ciclo para entrar en el Naraka (infierno o purgatorio).
En la cultura haitiana, con el vudú que la caracteriza, vienen influidos por su ascendencia africana, donde la muerte es un elemento más de la naturaleza y no supone castigo alguno. Para ellos, no es más que el paso definitivo del mundo material al mundo espiritual. El mundo espiritual no puede verse, ni oírse, ni tocarse, pero está siempre presente a nuestro alrededor. En numerosas tribus, los cuerpos de los difuntos se entierran directamente debajo de la casa, de manera que los antepasados velan eternamente por la seguridad de la familia.
¿Qué tienen en común las diferentes culturas sobre la muerte? Solo una y la más importante: la necesidad de que la persona haga el bien en los últimos días de su vida, ya sea por el temor de ir al infierno o para reencarnarse en un cuerpo superior o espíritu bueno que proteja a la familia y no la martirice. Incluso el ateísmo aboga por la bondad para hacer del mundo físico, el único que contempla, uno más amable a la vida.
Y la cuestión es conocer si existen el cielo y el infierno. Yo no lo creo, aunque deberían existir, al menos para que las personas que realmente han sido buenas toda su vida; que no han hecho daño a nadie y han ayudado siempre que han podido, estén en el cielo. Y el infierno, para otras que no han merecido ni nacer, de malos que son. Personas con malas ideas, maquinando todo el día en hacer daño, escondiéndose detrás de su poder, de su dinero y de su odio. Para las primeras, el cielo les permitiría vivir una segunda vida feliz con sus familiares difuntos. Para las segundas que se abrasen en el fuego eterno. Pero claro, esto del cielo y del infierno es una quimera, una fantasía, una ilusión o un sueño, porque nadie ha regresado para decirnos qué tal se está por allá arriba o por allá abajo para darle veracidad. En fin, ¿cree usted que hay vida después de la muerte? Yo lo dudo. Nos vamos y, adiós muy buenas.