Asistimos, impávidos, a asesinatos o delitos similares cuyo presunto autor es un menor de 18 años exento penalmente. El pasado 15 de octubre, un chaval de 16 años coge un taxi y, tras llevarle el taxista donde le dijo, sin aviso y sin mediar ningún insulto, saca una navaja y apuñaló al taxista en el pecho hasta dejarle mortalmente herido. Todo sucedió en la puerta de un hospital. Nadie entiende por qué lo hizo. La agresión quedó grabada en una cámara de seguridad que llevaba el taxi. El asesino apuñaló hasta cinco veces a Isidro, de 62 años, y se quedó dentro del coche alrededor de un minuto como si nada hubiera pasado. Justo cuando el asesino se fue, el taxista pulsó el botón del pánico para pedir socorro, aunque no consiguió salvar su vida.
Frialdad absoluta, ausencia de remordimiento y desprecio por la vida es lo que, según los especialistas, caracteriza a la mayoría de los adolescentes que han asesinado a otras personas, en muchos casos, menores igual que ellos. La pregunta es por qué siguen ocurriendo estos terribles sucesos o qué se está haciendo mal en esta sociedad, en su sistema legal. Un estudio llevado a cabo en España con menores condenados por homicidio arroja datos muy reveladores con respecto a este tema: un 54 por ciento de aquellos que habían cometido un homicidio padecía un trastorno de la personalidad o conducta antisocial, un 4 por ciento había cometido el asesinato bajo los efectos de un brote psicótico y el 42 por ciento restante eran chicos y chicas normales que vivían en familias aparentemente normalizadas. ¿Existen niños psicópatas? ¿Por qué mata un menor? ¿Qué factores pueden influirles para este tipo de comportamientos?
El abandono social y familiar, la pobreza o un hogar desestructurado demuestran cómo determinadas condiciones de vida alteran las estructuras cerebrales de un niño, de forma qué el maltrato familiar, por ejemplo, deja una huella perdurable en ese cerebro aún inmaduro que puede desembocar en determinadas conductas a veces violentas. Otro aspecto del que nos hablan los psicólogos infantiles es el hecho de que algunos menores tienen un temperamento proclive a la violencia desde muy pequeños. Pero, sin embargo, nuestro menor asesino no pertenecía a una familia desestructurada y como muchos adolescentes se pasaba el tiempo jugando con la consola sin que se le sospechara un carácter violento.
Según el Código Penal, en España la mayoría de edad penal está establecida en los 18 años. Concretamente, el artículo 19 dice que “los menores de dieciocho años no serán responsables criminalmente”, aunque aclara que “cuando un menor de dicha edad cometa un hecho delictivo podrá ser responsable con arreglo a lo dispuesto en la Ley que regule la responsabilidad penal del menor”.
Fue clave en nuestra legislación la entrada en vigor de la Ley Penal del Menor 5/2000 de 4 de diciembre que aportó dos novedades principales: la responsabilidad civil del menor y la responsabilidad civil solidaria. Sus principales aspectos modificadores contemplan la posibilidad de alargar el tiempo de internamiento en los centros hasta cinco años como máximo y la posibilidad de que el delincuente continúe cumpliendo las medidas una vez cumpla los 18 años y sea mayor de edad. La Ley, tan criticada tanto por expertos como por la propia sociedad, tiene como objetivo final el sancionador o educativo; no se busca simplemente castigar, sino más bien reeducar.
Lo que no se sabe a ciencia cierta es si realmente estos asesinos se reinsertan definitivamente o su mente sigue siendo un misterio para antropología criminal, rama de la ciencia que estudia la relación de las actividades criminales para conocer cómo son los rasgos físicos, psíquicos y morfológicos de los criminales. La prevención de la delincuencia juvenil es parte esencial de la prevención del delito en la sociedad.
Si los jóvenes se dedicasen a actividades lícitas y socialmente útiles, se orientarían hacia la sociedad y enfocarían la vida con criterio humanista, pudiendo adquirir actitudes no criminógenas. Los jóvenes deben desempeñar una función activa y participativa en la sociedad, con la creación de oportunidades, en particular educativas, para atender a las diversas necesidades y servir de marco de apoyo para velar por su desarrollo personal. Y la conciencia de que, según la opinión predominante de los expertos, calificar a un joven de “extraviado”, “delincuente” o “predelincuente” a menudo contribuye a que los jóvenes desarrollen pautas permanentes de comportamiento indeseable.