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La simbiosis de la pobreza (I)

Son personas como cualquiera de nosotros, solo que no han tenido nuestra suerte de vivir con posibles y son tratados por una parte de la sociedad como apestados

Publicado: 26/12/2024 ·
12:09
· Actualizado: 26/12/2024 · 12:09
Autor

José Antonio Jiménez Rincón

Persona preocupada por la sociedad y sus problemas. Comprometido con la Ley y el orden

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"La caridad es humillante porque se ejerce verticalmente y desde arriba; la solidaridad es horizontal e implica respeto mutuo".

Eduardo Galeano (1940-2015)​ fue periodista y escritor uruguayo

La pobreza es más que una cantidad de privaciones, humillaciones y estadísticas: es una calidad morbígena, nefanda. La pobreza priva de la conciencia profunda de la vida, ya no hay una anterioridad a la vida como pobre, ni una posterioridad a la muerte en la pobreza. Entonces, ¿por qué no se erradica en la actualidad la pobreza, si es objetivamente evitable? Ésta es la tesis: porque los pobres son y han sido necesarios -económica, social, política, moral, religiosa y militarmente- para la supervivencia del mundo moderno. El empobrecimiento, además, genera hambre, miseria, necesidades primarias insatisfechas, injusticia y violencia. Por tanto, la simbiosis de la pobreza suele ser identificada como las relaciones mutualistas a largo plazo que terminan en coevolución. Por analogía, en sociología, simbiosis puede referirse a sociedades y grupos basados en la colectividad y la solidaridad. Realmente, dentro de la pobreza pueden existir individuos que se apoyan entre ellos

Los rasgos económicos más característicos de la cultura de la pobreza son la lucha constante por la supervivencia, el subempleo, el paro, bajos salarios, una variedad de empleos no cualificados, trabajos de niños, ausencia de ahorro (...), falta de reservas de alimentos en los hogares (...), empeñar objetos personales, recurrir a prestamistas que practican la usura (...), vestidos adquiridos a bajo precio. También existen unos rasgos sociales y psicológicos, tales como vivir en barriadas de gran densidad de población, falta de intimidad, el espíritu de gregarismo, el alcoholismo, el recurso a la violencia como medio para solucionar las disputas, los castigos corporales infringidos a los niños, pegar a las mujeres, iniciación precoz en la sexualidad (...), frecuente abandono de la mujer y los hijos (...), acentuada predisposición hacia el autoritarismo (...), creencia en la superioridad masculina (...), preferencia por el presente; y por último, una tolerancia general por todos los casos de psicopatología”. (Oscar Lewis, Antropólogo norteamericano).

Las personas sin hogar no suelen ser noticia de portada. En los medios de comunicación se recogen las agresiones o los fallecimientos de los hombres y mujeres que viven en la calle. Es cierto también que el frío del invierno, la nieve y la lluvia sí consiguen que en alguna página de periódico se dediquen unas líneas a esta realidad que no queremos ver. Lo consiguen porque su situación nos duele como sociedad; porque nos pone frente a un espejo que devuelve la imagen de un mundo injusto y egoísta, preocupado por solucionar la quiebra económica de multinacionales o de bancos, pero ajeno al sufrimiento físico y moral de millones de personas. Cientos de miles, en nuestro país, a las que llamamos “personas en situación de exclusión”, “los nadies”, “los invisibles”, “los pobres”, “los sin hogar”.

Son personas como cualquiera de nosotros, solo que no han tenido nuestra suerte de vivir con posibles y son tratados por una parte de la sociedad como apestados. Nadie los quiere en su puerta ni en las calles, a mucha gente les da asco el olor que desprenden. En 2011, el alcalde de Madrid Ruiz Gallardón, quiso impulsar una ley que permitiera al ayuntamiento retirar por la fuerza a estas personas, para impedir que durmiesen en la calle, pero la polémica medida fue inaplicable por muchas cuestiones. En primer lugar, porque más allá de que existiese una ley de mendicidad, no habría agentes de policía suficientes para que se dedicasen a la caza del sin techo. Era de muy dudosa constitucionalidad que se pudiese impedir que alguien durmiera en la calle, salvo que el hecho se tipificara como un delito, e incluso así el problema no desaparecería.

Si nos ponemos a hacer demagogia, nadie puede negar que los sin techo tengan una cama donde dormir, comida caliente y agua para asearse. Nadie negaría a los más desfavorecidos su derecho a que la Administración les proteja y mantener un mínimo de dignidad. Eso es una cosa y otra muy distinta obligarlos por la fuerza a ir a los albergues y dormir en ellos sí o sí, aunque no quieran. La pregunta es ¿qué motivos se esconden tras una propuesta de este tipo? Pues a una propuesta que huele a populismo barato. En vez de solucionar el problema de raíz, y evitar situaciones de este tipo, lo escondo y así parece que no existe.

Puede que la invasión de los espacios públicos por mendigos cause molestias y no sea agradable verlos tirados en un rincón y pasar a su lado y convertirlos en invisibles, pero el problema está ahí y de lo que se trata es de que estas personas vuelvan a integrarse en la sociedad como la mayoría lo estuvo antaño. Detrás de cada uno de ellos se esconde una historia de desamor, desesperanza, soledad, desamparo y tristeza que termina en el abandono personal e individual y la exclusión para no seguir sufriendo. Muchos no quieren ir a los albergues porque fuera se ven libres de cualquier atadura y huyen de cualquier norma de convivencia que esta sociedad que les da la espalda les quiera imponer. Son pobres, mendigos, no tienen nada, pero tienen dignidad y derechos y esos no se arrebatan de un plumazo a golpe de normas o de leyes.

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