Días de barrunto

Desde mi balcón

Si me transporto a los años de mi infancia, aun puedo visualizar a Gaspar, esa entrañable persona que te cuidaba y te hacía compañía sentado a tu puerta...

  • Imagen de las obras en el Parque Infanta Elena.

Ahora mismo no sabría precisar con exactitud tu edad. Me parece que tienes poco más de cincuenta. Lo que sí recuerdo perfectamente es que has estado presente en todas las etapas de mi vida, desde que tengo uso de razón.

Si me transporto a los años de mi infancia, aun puedo visualizar a Gaspar, esa entrañable persona que te cuidaba y te hacía compañía sentado a tu puerta mientras fabricaba, con hojas de palma, sombreros y cestas.

Para muchos niños de entonces, tú eras nuestro particular parque de atracciones. Me gustaba asomarme al balcón de la terraza de casa para ver como iban creciendo tus numerosos árboles mientras escuchaba la banda sonora producida por la mezcla del graznido de los patos, los chirridos de los columpios y las risas de los niños.

Tu nombre siempre fue, simplemente, el parque. Intentaron añadirte unos apellidos (Infanta Elena), que, la verdad, no calaron demasiado en la gente. La gran mayoría del pueblo prefería acompañar a parque con “de los patos”, “de los columpios” o “infantil”. Pero el apellido era obligatorio, sobre todo, para diferenciarte de tu gran rival, el parque del Ayuntamiento.

Alcanzaste tu máximo esplendor como caseta oficial de las fiestas, donde presumías, con razón, de escenario. Debo reconocer que era un privilegio contemplar, desde mi balcón, como te visitaba la flor y nata de los cantantes de la época. A cambio, en las casas del vecindario, se pagaba el tributo de sufrir el insomnio provocado por la atronadora música durante los días que durase la feria.

Ni siquiera eso hacía reducir un ápice mi admiración por ti. También se te usaba como pista de baile en fiestas como Carnaval o Navidad. Eras totalmente un recinto multiusos. En fin, que siempre fue para mí un verdadero lujo tenerte como vecino.

Pero esa cercanía me hizo ser testigo, tanto de lo bueno como de lo malo, que lo hubo también, y mucho. Primero acabaron con los patos y luego eliminaron los columpios. Pero tu ocaso se precipitó cuando, por una inexplicable decisión, arrancaron la mayoría de los árboles que te acompañaban desde tu nacimiento.

Luego llegó el tiempo de la palabrería. Que si una guardería, que si un auditorio...

Nada de nada. Todo lo que habías hecho por el pueblo se convirtió en recuerdos. Ahora parece que te quieren convertir en un centro cultural con bibliotecas. Sin embargo, mi querido vecino, en la actualidad no eres más que un esperpento.

No sé en qué te transformarán con el tiempo. Lo que sí tendré siempre muy claro es que, cada vez que me asome al balcón, no podré evitar pensar una evidente y triste realidad: “Entre todos lo mataron y él solito se murió”.

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