Balcón en calle Águilas

Publicado: 22/03/2016
Fue el bálsamo preciso para la herida -hoy cerrada- de vivir un Martes Santo desde afuera, desde una situación que espero no volver a conocer...
Hace unos días, tras recibir el empujón de Rafa Serna en el Maestranza; cuando la primera cerveza del mediodía del Domingo de Pasión refrescaba nuestras gargantas; cuando ya soñábamos en lo que nos queda por llegar y que está llegando; recibí de nuevo de él y de ella la invitación para estar esta noche en su casa. Como ya les anuncié el año pasado, la he declinado. Pero la he declinado con alegría, que ellos han entendido perfectamente y han compartido. Y no porque en esa casa no te den cariño -mucho cariño- cuando traspasas su puerta, sino porque significa que hoy estaré en el sitio que debo estar: entre las filas de nazarenos celestes de San Esteban.

Sol y Honorio abren su casa a los amigos esta noche. Una casa con sus balcones a la justa altura de poder ver perfectamente el rostro de una Virgen que llora, sin que las caídas del palio te dificulten la visión. Y que también te acerca otras lágrimas, las de mi Cristo de la Salud y Buen Viaje, a una distancia tal que parece que estuvieras a solas con Él. Para no haber salido el pasado año de nazareno, el recuerdo de ese balcón es imborrable. Fue el bálsamo preciso para la herida -hoy cerrada- de vivir un Martes Santo desde afuera, desde una situación que espero no volver a conocer. Testigo de todo aquello fue quien compartió esos momentos apoyado en la baranda, el maestro Javier Caraballo. ¿Te acuerdas?

A Sol y a Honorio les debo, para siempre, la gentileza que tuvieron de abrirme la puerta de su casa. Y la de dejarme la mejor esquina de su balcón, por donde podía ver llegar a mi Cristo desde antes del Palacio de las Águilas y perderlo con la vista cuando llegaba a la plaza de Pilatos. Como podrán imaginar, todo un lujo.

Hoy pasaré por debajo de vosotros. Sé que estaréis allí y os devolveré vuestro gesto en una oración. Por vosotros y los vuestros: vuestros hijos, vuestros padres, vuestros amigos.

Yo no tengo un balcón como ése, pero sí una ventana en San Esteban donde pedir a mi Señor del Buen Viaje que os cuide y os proteja. Siempre. Eternas gracias.

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