He preferido que pasaran los días para enfrentarme a la limpieza, como tu alma, del papel en blanco y garabatear las líneas que te debo. Hoy va a ser el día, cuando San Bernardo se viste de fiesta porque los antiguos vecinos vuelven a buscar el Refugio preciso a sus tribulaciones.
Nunca es el día para escribir de esto, porque no debía haber pasado. Nunca, nunca.
La corresponsalía del cielo (tal como dijo el delegado de Fiestas Mayores en la presentación del Pregón de Rafael González-Serna) estaba cortita de manos para estos días en los que tantas cosas y tantos temas hay que contar, tanta información que cubrir. Pepón ya no daba abasto él solo. Y desde allí arriba han tirado de uno de los buenos, que para eso aquello es el cielo. De becarios que echen manos andan cortitos. Por allí deben estar también Ramírez y de la Torre cerrando páginas.
Ahora que nadie nos llama por las mañana en Twitter, con esos ánimos y esas frases de capataz viejo, sale uno a la calle como si faltara algo. Así, con esas llamadas, era muy fácil levantarse y comerse el mundo. Desde ese viernes tan feo cuesta más trabajo.
La moto ya no recorre las calles en busca de la noticia y de los amigos. El cuaderno ha perdido el calor que recibía de estar pegado a tu pecho, mientras que tus piernas se abrían en el compás más torero que nadie imaginara nunca. No me guiñaste ayer tarde en La Campana, que sabías cada año qué nazareno celeste era yo. Y con discreción me enviabas, en ese guiño, todo el aprecio y el cariño del mundo.
Hay una palabra en el diccionario de la Real Academia que sonará poco a partir de ahora. A pesar de eso, la seguiremos recordando cada vez que un texto nos la pida. Yo no la voy a utilizar, prefiero buscarme un sinónimo. Creo que te pertenecía. Sin embargo, sé que no te importará si un día se me van los dedos y la escribo. No obstante, procuraré respetarla.
San Bernardo sale hoy a la calle sin ti… o más contigo que nunca. Sólo tú lo sabes.
Cuídanos desde la corresponsalía del cielo.
