El Jueves

La ciudad de la alegría

Puede pasar cualquier cosa. Porque en esta ciudad efímera a la que muchos de nosotros trasladamos nuestro domicilio durante estos días, la magia y la alegría son las que cohabitan entre lonas de rayas y flores...

Puede pasar cualquier cosa. Porque en esta ciudad efímera a la que muchos de nosotros trasladamos nuestro domicilio durante estos días, la magia y la alegría son las que cohabitan entre lonas de rayas y flores de papel, suelos de albero y techos de farolillos, como decía la popular sevillana.

En la Feria de Abril no hay retrasos como en Semana Santa, porque por no haber no hay horarios. Ni para algo tan serio como es la alimentación: se come y se bebe cuando se quiere comer y beber. Se ríe siempre. Se hacen negocios y contactos de interés. Se ama. Se baila y se canta. Casi todo lo bueno de la vida tiene cabida en este recinto de chicle, que se estira para que quepa todo el mundo, los de aquí y los de afuera.

Tan es así, que en la Feria se Abril te puedes estar divirtiendo sin saber que en menos de 24 horas la policía se encajará en tu casa a llevarte detenido, como es el caso del alcalde de Granada, que el martes anduvo por el Real con sus colegas de Huelva y Málaga y ayer miércoles le preparaban una “visita guiada”a las dependencias policiales de su ciudad. Esas cosas son las que pasan.

Pero dejando a un lado la triste anécdota salpicada una vez más por la corrupción y volviendo a lo más cercano, la ciudad de la alegría sigue teniendo carencias necesitadas de arreglo. Las botellonas en determinados puntos de la misma (frente a la puerta de popular caseta “La Pecera”, por poner un ejemplo) es todo un símbolo de la feria más fea que podamos mostrar. Junto a esto, la poca colaboración de determinados cocheros para facilitar el tránsito de los peatones en las primeras horas del mediodía y de la tarde. Es necesaria una mayor y mejor regulación del tránsito de los carruajes que no haga que los ciudadanos de pie tengan que jugar a la lotería para poder cruzar una calle.

El tiempo atmosférico, ese maldito enemigo que tienen las fiestas de primavera de la ciudad, nos la ha jugado en los primeros días. La Feria está fea, sin farolillos y sin la luminosidad del sol de mediodía, algo que la hace bella y hermosa. La Feria necesita de la belleza de sus mujeres, de la elegancia de sus hombres, del colorido de sus coches de caballos, del porte de sus caballistas. Todo esto necesita esta ciudad de la alegría para serlo. Y olvidar los paraguas abiertos y los chubasqueros verdes de los cocheros. Ojalá el tiempo nos dé una tregua y todo esto se arregle. Que la ciudad se merece ser alegría, al menos durante unos días al año.

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